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miércoles, 12 de septiembre de 2012
Peña Nieto y la soledad del poder
Jorge Fernández Menéndez
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¿Por qué causó tanto revuelo que el mandatario electo Enrique Peña Nieto dijera en la comida de los 300 líderes más influyentes de México que un Presidente “no tiene amigos”, porque tiene que velar por los intereses no de sus amigos sino de todo un país? Uno de los principios que todos adquirimos cuando comenzamos a conocer cómo funciona en realidad el sistema político es precisamente eso: que el Presidente no tiene amigos, que por supuesto tiene relaciones de amistad muy cercanas, algunas de toda la vida, que demandan lealtad de esas relaciones y en reciprocidad ello da acceso al mandatario y en ocasiones a sus colaboradores. Pero al decir que no tiene amigos, un Presidente quiere decir que no ata sus decisiones a esas relaciones de amistad. Por eso mismo, se dice, con razón, que la Presidencia de la República genera soledad.
Unos pocos meses después de que iniciara su mandato, entrevisté para el libro Calderón presidente (Grijalbo 2007) a Felipe Calderón, y me decía, le nació espontáneamente, que estaba muy cómodo en Los Pinos, que sus hijos estaban muy contentos “pero sí hay cierta soledad aquí”. Le pregunté entonces si la soledad del poder era real, y hablando más para sí que para el entrevistador dijo que “sí hay algo así… hay algo de eso”. Autores como René Avilés Fabila y en su momento Luis Spota han escrito sobre la soledad de un mandatario. Pero todos han gobernado o colocado en posiciones de responsabilidad en algunos casos a amigos, siempre a quienes consideraron leales. Pero uno de los mayores equívocos en la vida política se ha dado, siempre, cuando esos amigos pensaron que por serlo tenían asegurado algo más que una responsabilidad o un acceso al Presidente.
La diferencia está en medrar o no del poder con base en la amistad. No es casual, entonces, que al mismo tiempo, el mismo día que Peña Nieto presentaba su iniciativa (muy compatible por cierto con la preferente que presentó el presidente Calderón) contra la corrupción, haya dicho, sobre todo en el encuentro de líderes, que un Presidente no tiene amigos. En torno a Peña Nieto se han dicho muchas cosas: desde que sería manejado por una televisora hasta que los hilos del poder los movería un ex presidente, desde que dependía para la toma de decisiones de un grupo de amigos que lo siguen desde la administración mexiquense hasta la pejiana versión de que un grupo de potentados “compró” la Presidencia. En esa comida estaban los representantes de los medios, estaban muchos de quienes han sido y son sus colaboradores, y los principales empresarios del país o sus representantes. Peña Nieto, ante ese auditorio quiso refrendar que no se atará a ninguno de esos ámbitos de poder, quiso decir, lo dijo, que los necesitará a todos, consultará con todos, pero tomará sus decisiones solo.
Se podrá argumentar que un Presidente no necesita decirlo que esa responsabilidad va implícita en su mandato. Pero creo que Peña Nieto hizo muy bien en hacerlo abierta y públicamente en un espacio más que adecuado para ello: fue una reafirmación personal y un enunciado sobre la forma, sobre el que será su estilo personal de gobernar. Peña Nieto, en ése y en otros sentidos, es un Presidente en construcción. Por más experiencia política que se tenga no se sabe qué implica ser Presidente hasta que se comienza a ejercer esa función. Hay mandatarios que me han dicho que sintieron por primera vez la dimensión de su nueva responsabilidad al estar pasando revista a las tropas en el Campo Marte, al comprender que, además, son los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas, al darse cuenta de la magnitud de las fuerzas del Estado que dependen de sus decisiones.
Los largos meses de transición entre la elección y la toma de poder en México pueden ayudar a hacer más gradual ese proceso, pero terminan siendo, en muchos sentidos, perjudiciales para el mandatario saliente y el entrante. Uno ve cómo se le va escapando el poder y el otro siente la parafernalia del mismo a su alrededor, pero aún no lo tiene en sus manos. Es imposible escaparse de ello.
Me imagino que Peña Nieto comienza a sentir, en el mejor sentido de la palabra, el peso, la responsabilidad, que implica ese poder. Y comienza a poner distancia con quienes lo acompañaron, lo ayudaron a alcanzarlo. Es un paso imprescindible para ejercer realmente el poder. Me pareció apropiado, en la forma y en el fondo, que lo expresara de esa manera; me pareció adecuado que, de la misma manera en que ponía esa distancia, pudiera establecer acuerdos y diferencias sobre temas específicos que allí le fueron planteados. Se esté o no de acuerdo con sus posiciones, me parece que quienes creen que Peña Nieto es un personaje manipulable se están equivocando y creo que Peña se los está comenzando a demostrar. Bienvenido al poder, presidente electo.