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jueves, 6 de septiembre de 2012
En América Latina, capitales como Lima, Caracas, Buenos Aires y otras quedan al lado del mar. Y, como ya sabemos, en Colombia no es así.
Bogotá creció en los años anteriores, pero ante la dificultad que están enfrentando las vías con las lluvias, crecerán mucho ciudades como Barranquilla, Santa Marta y Cartagena, que están sobre el mar Caribe. Sobre el Pacifico está Buenaventura, que se ubica muy cerca de Cali.
Como consecuencia de las fuertes lluvias, las pocas vías que tenemos se desbarataron; no todas, claro, pero sí muchas. Lo que para las ciudades del interior es una mala noticia, para las de la costa es muy buena, pues muchas de las grandes empresas se irán para allá. Es más, ya se están yendo. Barranquilla, que es la puerta de oro de Colombia, ahora tendrá su segunda oportunidad.
Teniendo en cuenta la firma de los Tratados de Libre Comercio que Colombia hizo con los Estados Unidos, Canadá y otros países y en vista de la situación actual, para ser competitivos en el precio de exportación se requiere estar cerca de las costas; el importe del transporte interno es muy alto e incrementa el monto final de los productos de manera notable. En el tiempo que le queda a Santos como presidente, es muy difícil que se construyan las vías que hoy no existen. Las fuertes lluvias no son culpa del Presidente, es obra de la naturaleza, y es necesario afrontarlo.
Recordemos que el desarrollo en Colombia tuvo origen en el centro del país; las ciudades costeras tuvieron su auge, pero los productos al poder ser sacados a buen precio del centro no les afectaba la competitividad de las ciudades costeras. No se veían tan obvios los TLC. Las ciudades grandes del centro del país cuentan con un impulso que viene de atrás y esto gestó las ciudades industriales, como Medellín, Bogotá y Cali. Al cambiar las cosas y convertirse en ciudades menos competitivas, a algún lugar se tienen que ir las empresas a las cuales se les juzga por sus resultados económicos. El costo del transporte vial y aéreo cada día es más alto. El petróleo subió de precio, pues cada día tenemos menos, como es apenas natural.
Así que mirar a los litorales no está mal. El desarrollo de las ciudades costeras traerá consigo un mayor precio de la tierra en la región, y del costo de la vida, entre otras. Así son las vicisitudes. Como dicen los gringos: “there is no free lunch”. El costo del desarrollo lo tienen que pagar. Ojalá el dinero de los impuestos se vea reflejado en más escuelas, más vías, más desarrollo. Si las costas se despliegan y crecen lo tiene que hacer bien, es decir, ordenada y justamente para que así la riqueza caiga y todos se vean favorecidos. En el orden político también es necesario cambiar para adaptar. Los concejos tienen que saber para dónde van y así, de la mano de los alcaldes y gobernadores, apuntar en una misma dirección.
Por otro lado están los empresarios. Algunos solamente saben producir; les llegó el momento de untarse las manos un poco y saber para dónde van los impuestos. La apuesta será grande y no se puede dejar solamente a la DIAN. De otro lado, los acaldes, gobernadores y concejales pueden no estar el día de mañana, pero los empresarios sí pueden esta. Y para que el sistema funcione, los que aportan tienen que saber en qué se gasta el dinero que tributan las empresas.
El cambio de mentalidad no es fácil para nadie. Las ciudades del interior tiene que ver cómo se reinventan. El acento de Bogotá, por ser algo neutro, sirve para “call centers”; puede ser la vocación de la ciudad del interior. Todas buscarán su rumbo. Pueden convertirse en prestadoras de servicios. La nueva dinámica económica da para muchas cosas. Si muchas empresas se van para las costas, el centro del país tiene que hacer algo. El cambio no creo que suceda de la noche a la mañana, pero a los gerentes los evalúan al fin de año y en éste vamos por más de la mitad.
Por: J. William Pearl