Main Nav
▼
lunes, 10 de septiembre de 2012
Derecho a denunciar la trampa
Se vale quejarse. Se vale no estar de acuerdo con la decisión del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación que se negó a invalidar la elección presidencial en México del 1º de julio. Se vale protestar y resistir. Y se vale buscar todas las formas posibles para oponerse al priísta Enrique Peña Nieto. Pero es preciso hacerlo de una manera no violenta, inteligente, democrática y ejemplar.
En ojos de millones de mexicanos, el tribunal decidió que sí se puede ganar con trampa una elección presidencial en México y así le dio a Peña Nieto el triunfo en las pasadas elecciones. El problema es que la decisión no aclaró muchas sospechas que aún quedan sobre la imparcialidad y legitimidad del proceso. Eso dejó a México dividido.
El presidente del Tribunal, José Alejandro Luna, dijo que “se considera jurídicamente improcedente acoger la pretensión de la coalición (el Movimiento Progresista) de anular las elecciones.” En una decisión unánime, los siete magistrados del Tribunal dictaminaron que no había suficientes evidencias de que irregularidades en la votación hubieran afectado el resultado final de los comicios – por lo que nada se hará. Pero lo que ellos no vieron sí lo han visto, y muchas veces, otros mexicanos.
Ahí están las miles de tarjetas de débito repartidas con la intención de comprar votos. Y ahí están también todos los comerciales de televisión que hizo durante años Peña Nieto, cuando era gobernador del Estado de México, para promover su imagen y su campaña a Los Pinos. Pero lo que es obvio y evidente para millones de mexicanos no lo fue para los jueces. Por eso las acusaciones de que tomaron partido, de cinismo y de poco rigor legal.
Es imposible saber si la compra de votos y la campaña televisiva fueron determinantes en el resultado del 1º de julio – pero está claro que hubo trampa. Ante estos abusos electorales, muchos mexicanos ya no quieren decir “ni modo”. Esa fue la respuesta típica por más de medio siglo. Pero, afortunadamente, nuestra cultura política ya no la acepta más.
La pregunta, entonces, es ¿qué hacer?
En mis tres décadas como periodista me ha tocado cubrir muchas elecciones en el continente con resultados confusos y cuestionados. Y esto nos puede dar una idea sobre qué hacer con el caso mexicano.
Estaba allí cuando la oposición nicaragüense (unida en la candidata Violeta Barrios de Chamorro) les arrebató a los sandinistas el poder en 1990. La lucha y las protestas contra Daniel Ortega, y todo el aparato electoral que aseguraba sus victorias, continuaron hasta que lo sacaron de la presidencia. Con votos, no con balas.
Estuve en Colombia cuando acusaron al presidente Ernesto Samper de haber ganado la elección de 1994 con 6 millones de dólares del narcotráfico. Su opositor, Andrés Pastrana, nunca dejó de criticar a Samper ni lo reconoció. Cuatro años más tarde, Pastrana fue elegido presidente de Colombia.
Hoy en día, en Venezuela, una oposición unida trabaja intensamente para derrotar al presidente Hugo Chávez, aferrado al poder desde 1999. A mí y a millones de venezolanos nos ha tocado ver como el presidente Hugo Chávez ha utilizado y abusado de todos los recursos del Estado para buscar su reelección. Es obvio que usa el presupuesto como su cofre electoral y que intimida y amenaza a sus opositores. La oposición nunca ha reconocido sus supuestos “triunfos” en 13 años. Pero ahora, con un candidato único, Henrique Capriles, tratará de ganarle a él y a todo un sistema que confabula contra sus opositores.
Así que las lecciones de Colombia, Nicaragua y Venezuela son muy claras y pueden aplicarse a México. En nuestros países, muchas veces hay fraudes e irregularidades. Pero en política la mejor venganza es el éxito en las urnas.
El candidato Andrés Manuel López Obrador, sus seguidores y los jóvenes del movimiento YoSoy132 tienen todo el derecho – y yo diría que hasta la obligación – de no dejarse. Ellos decidirán qué camino seguir para protestar lo que consideran una “imposición” y resistir por seis años un gobierno priísta. Insisto, sin violencia. En México ya no hay lugar para un muerto más.
Pero su misión es clara: no hay que dejarse. Nunca. Y están dejando en evidencia a los que hicieron trampa para que nadie, nunca más, lo vuelva a hacer. La democracia solo avanza a pasitos y se arma desde abajo, no desde arriba.
Al final de cuentas lo que importa no es la protesta sino el poder (y con él la posibilidad de cambiar al país). El gran reto de la izquierda y de la oposición democrática en México es transformar este conflicto en una victoria electoral en el 2018.
Por Jorge Ramos.
Si tiene algun comentario o pregunta para Jorge Ramos, envíe un correo electrónico a Jorge.Ramos@nytimes.com. Por favor incluya su nombre, ciudad y país.