Acaba de cumplirse otro año del asesinato del periodista Gregorio García Castro.
El crimen ocurrió el 28 de marzo de 1973, en la calle Las Mercedes, entre las
calles 19 de marzo y José Reyes, en la Zona Colonial de la Ciudad Primada de
América.
Aquel hecho, por la forma y el vecindario en que se produjo, recuerda a las
narraciones de las “Cosas Añejas” de César Nicolás Penson. Fue una noche de
soledad, desesperación, angustia… y muerte.
El periodista santiagués había terminado la sesión del día, como jefe de
redacción de un diario vespertino, y se marchaba a casa. Era de noche, y en
aquel vecindario, cuando comienza a caer la noche, se desprenden, gozosas, las
sombras. Y oscurecen y entristecen el entorno.
A Gregorio, los sicarios, (ahora está allá de moda ese término, para
describir a los asesinos) le querían echar mano para llevarlo a otro sitio y, en
el otro sitio, con la tranquilidad de lo apartado, darle la muerte que querían.
Y quizás, también, torturarlo.
Pero el periodista “cogió la seña” y armó un breve escándalo, tratando de
llamar la atención de quienes estuvieran por el sitio, con la esperanza de
salvar la vida. Los sicarios ganaron tiempo, y lo asesinaron ahí mismo.
A García Castro lo conocimos. Fuimos compañeros de trabajo y amigos… casi
íntimos. Porque compartimos tiempos de trabajo, de familiaridad… de tragos. Y
éramos afines en varias maneras de pensar. Aunque él, llevándonos unos 4 años en
edad, era más arrojado que nosotros.
Era, Gregorio, “un boca y pluma suelta”. Un casi Hipólito, que no podía
contener lo que pensaba, y lo soltaba, sin medir las consecuencias. Dicen que
eso fue el principal motivo para que, desde algún sitio de poder, decretaran su
muerte.
Un amigo nuestro que tuvo acceso al expediente que se redactó tras el
experticio sobre el asesinato, nos dijo a quién le echaban la culpa -en lo
intelectual- de aquella horrenda muerte. Esa investigación fue dirigida por el
general Néit Rafael Nivar Seijas, persona de los afectos de Gregorio, y también
de quien esto escribe.
De los autores materiales del hecho, apresaron algunos sujetos, entre ellos
un teniente militar, ahora muerto, a quien sindicaron como el cabecilla del
grupo asesino.
Pero las investigaciones, por alguna razón, quedaron paralizadas, y en eso no
pudo profundizarse tanto, como se consiguió con otro asesinato, el del también
periodista Orlando Martínez. Favoreció, en lo de Orlando, que él era miembro
militante de un partido político, y los de ese grupo, aunque con poca gente,
tenían poder de convocatoria. Y sus denuncias y pruebas funcionaron de manera
tal, que las autoridades pudieron apresar a los culpables tanto intelectuales,
como de obra.
De los hijos de Gregorio, el segundo, ingeniero Enrique García Frómeta se ha
impuesto la labor de que, algún día, se denuncien y condenen a todos los
culpables. Su madre, la doctora Daisy Frómeta viuda de García Castro, prefiere
“dejárselo a Dios”.
En este nuevo aniversario de su asesinato, volvemos a poner en manos de la
Divinidad el caso del querido compañero y amigo, ido muy a destiempo…
Por Reginaldo Atanay.