Main Nav
▼
domingo, 15 de julio de 2012
Balcacer es un vate de la comunicación. Aún cuando reprende hace poesía, y esa es una condición sólo reservada para mentes mayores.
Una tarde cualquiera de 2008 lo descubrí. O él me descubrió a mí. Se celebraba entonces la segunda versión de la feria anual que patrocina en Nueva York la Secretaría de Cultura Dominicana. Con gran respeto y cortesía se me acercó. --Maestro -me dijo de entrada- sigo su programa. Soy Bolívar Balcacer. Ya había escuchado ese nombre en boca de varios amigos en común, se lo tenía por referente obligado, pero aún no conocía cara a cara al dueño de la granada pluma que a más de un malhechor, de acuerdo a los informes que tenía, había lanzado al piso sin piedad ni contemplaciones. Conversamos de muy buen ánimo sobre temas variados, fundamentalmente políticos, y supe desde ese primer encuentro que se fundaría entre nosotros una amistad sana y descontaminada (algo inusitado y raro en estas áridas tierras, tan llenas de payasos que aman los huecos abrazos y el oropel sin contenido y en la que, por lo general, las sonrisas de acordeón suelen entrañar más peligros que todos los peligros del mundo juntos). Se trataba, pude advertir rápidamente, de un hombre dotado de aceradas convicciones, que no comulgaba con lo mal hecho y que ciertamente tenía un estilo periodístico incisivo e implacable. Luego de este primer acercamiento me asomé mejor a su mundo, visité el portal martilloyclavo.com que con acierto preside y, en efecto, pude refrendar allí lo que con insistencia me habían dicho y la impresión primera que de él me forjé con apenas posar mis ojos en algunos de sus textos: se trataba de un periodista intransigente con lo que consideraba mal, duro y mordaz, pero por encima de eso, y más importante todavía: humano y sincero. Desde entonces hemos mantenido la misma relación cordial y de respeto y le he agradecido que siempre distinga esa amistad recibiendo mis llamadas cuando he precisado de algún consejo u orientación suya y que en la misma tesitura me llame cuando entiende que alguna opinión mía le puede resultar válida para sus investigaciones. Consultar a un hombre de cultura vasta y oceánica, como la que él sin dudas posee, jamás será estéril ni banal pérdida de tiempo. Todo lo contrario. En este caballero, de finas y gustosas conversaciones y prodigado siempre a enseñar, hay todo un manantial de conocimientos por absorber. Y yo he intentado, cuando he tenido sed, hacer justamente eso. Beber de esa fuente. Ya había dicho Baltasar Gracián lo siguiente: Trate siempre con quien se pueda aprender. El trato amigable debe ser una escuela de erudición, y la conversación una enseñanza culta. El prudente frecuenta las casas de los hombres eminentes. Hay que complementar lo útil del aprendizaje con lo gustoso de la conversación. Tiene voz de órgano y eso hace que sus palabras, cual remanso, arrullen. Escuchar a Balcacer discurrir con fruición sobre su íntima amistad con Joaquín Balaguer, con el escritor más que con el político, o sobre los escritores clásicos, dominicanos y extranjeros o incluso sobre sus malos ratos mientras ejerció la comunicación desde Santiago y cómo escandalizó desde allí a toda la nación, es una verdadera cátedra de aprendizaje. Llegó a cobrar tal principalía su controversial y aguerrido estilo periodístico que, convocado a la sazón por el propio Balaguer a su despacho en Palacio, Bolívar Balcácer tuvo que escuchar cómo su propio amigo le disparaba: ¨Temo que ya no podré contener la situación, Bolívar. Estos muchachos están fuera de control. Quizás sea mejor que salgas a pasear al extranjero por un tiempo¨. Hablaba Balaguer sobre una serie de frontales y descarnados ataques que había formulado el comunicador mocano a Jacinto Peynado, quien se postulaba en 1996 como aspirante presidencial por el partido reformista, precisamente el partido de Balaguer. Ante la grave advertencia, que venía de la boca del mismísimo presidente en ejercicio, y más que eso de su amigo, a Balcácer no le quedó de otra que acoger perentoriamente la recomendación, por un asunto de prudencia y personal protección. Y así es como llega a Estados Unidos el que, aún hoy, sigue siendo el más prominente y sagaz investigador periodístico entre los dominicanos que ejercen esta profesión en ultramar.
Por Johan Rosario.