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viernes, 25 de mayo de 2012

Dejémonos guiar por el Espíritu Santo, amando al Padre, y aceptando a Jesús como Nuestro Salvador

Felipe de Jesús Colón Padilla


Tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana (Sal 143,10).

Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios... Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rom. 8,14.17).

Sabemos que dentro del misterio intratrinitario, Dios Padre es el Creador, primera persona del misterio de la Santísima Trinidad. Todo lo que ha creado es para el provecho del hombre, pero la desgracia ha sido el mal uso que se le ha dado a la madre tierra, cuando se abusa de la creación, entonces las consecuencias son nefastas para todos lo que habitamos el “Jardín del Edén”. La sequía de innumerables ríos y arroyos es alarmante. Por eso estamos en el deber de sembrar árboles, ésta es una tarea del gobierno, y de todos lo que amamos la vegetación, pues es la garantía de que los ríos que aun tenemos no se sequen.

La segunda persona de la Santísima Trinidad es el Hijo, Jesucristo, quien vino al mundo para salvar al hombre quien se había desviado del camino que lleva al cielo. El pecado había descendido a niveles desquiciantes, el Hijo de Dios le propone al mundo desde Jerusalén, un plan de salvación, no todos lo aceptaron, pero la conformación de los discípulos permitió dar continuidad a la iglesia en el tiempo, por eso cada día, a través de la evangelización surgen nuevos cristianos dispuesto a seguir a Cristo, muerto y resucitado. Si quieres saber cómo ser cristiano de verdad, solo tienes que acercarte a la iglesia, allí se te enseñará cómo interpretar la biblia correctamente al leerla.

Y, finalmente está el Espíritu Santo, forma parte de la tercera persona de la Santísima Trinidad, su papel es importantísimo, pues se encarga de guiar a la iglesia, para que cada paso que dé, sea la voluntad de Dios, y no simple capricho humano. Son siete los dones del Espíritu Santo, que poniéndolo en práctica alcanzamos la santidad, la perfección en el obrar de la vida cotidiana. Los dones son: sabiduría, inteligencia (entendimiento), consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

Los dones son infundidos por Dios. El alma no podría adquirir los dones por sus propias fuerzas ya que transcienden infinitamente todo el orden puramente natural. Los dones los poseen en algún grado todas las almas en gracia. Es incompatible con el pecado mortal.

El Espíritu Santo actúa los dones directa e inmediatamente como causa motora y principal, a diferencia de las virtudes infusas que son movidas o actuadas por el mismo hombre como causa motora y principal, aunque siempre bajo la previa moción de una gracia actual.

Los dones perfeccionan el acto sobrenatural de las virtudes infusas.
Por la moción divina de los dones, el Espíritu Santo, inhabitante en el alma, rige y gobierna inmediatamente nuestra vida sobrenatural. Ya no es la razón humana la que manda y gobierna.

Es el Espíritu Santo mismo, que actúa como regla, motor y causa principal única de nuestros actos virtuosos, poniendo en movimiento todo el organismo de nuestra vida sobrenatural hasta llevarlo a su pleno desarrollo. (Catecismo de la Iglesia Católica).