Evangelio según San Juan 6,60-69.
Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?".
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: "¿Esto los escandaliza?
¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes?
El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida.
Pero hay entre ustedes algunos que no creen". En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
Y agregó: "Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede".
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo.
Jesús preguntó entonces a los Doce: "¿También ustedes quieren irse?".
Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna.
Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios".
Comentario del Evangelio:
«Mis palabras son espíritu y vida»
San Juan Crisóstomo (v. 345-407), sacerdote en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
"Tomad y comed, dice Jesús, esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros" (cf 1Co 11,24). ¿Por qué los discípulos no se turbaron al oír estas palabras? Porque Cristo ya les había dicho muchas grandes cosas al respecto (Jn 6)... Confiemos, también nosotros, plenamente en Dios. No le hagamos objeciones, aunque lo que diga parezca contrario a nuestros razonamientos y contrario a lo que vemos. Que su palabra sea la principal guía de nuestra razón y de nuestra vista. Tengamos esta actitud frente a los misterios sagrados: no veamos solamente lo que está bajo nuestros sentidos, sino que tengamos en cuenta sobre todo las palabras del Señor.
Su palabra no puede engañarnos, mientras que nuestros sentidos nos engañan fácilmente; ésta jamás es cogida en falta, en cambio ellos faltan muy a menudo. Cuando el Verbo dice: "Esto es mi cuerpo", fiémonos de él, creamos y contemplémosle con los ojos del espíritu...
Cuánta gente dice hoy: "Querría ver a Cristo en persona, su cara, sus vestidos, sus zapatos". ¡Pues bien, en la eucaristía es a él al qué ves, al que tocas, al que recibes! Deseabas ver sus vestidos; y es él mismo el que se te da no sólo para verle, sino para tocarlo, comerlo, acogerlo en tu corazón. Por tanto, que nadie se acerque con indiferencia o dejadez; ya que todos van a él, animados por un amor ardiente.