Escrito por Nurys Rivas.
Santiago está de luto, ha muerto uno de los pocos hombres que hizo fortuna a base del esfuerzo, trabajó desde niño con una dignidad a toda prueba y una honestidad que fue cátedra para sus hijos y para toda la gente que bajo su amparo, se expandió gracias a su generosa colaboración.
Don Manuel Arsenio Ureña, un "campesinito" como él mismo se llamaba anecdóticamente, era nativo de un pueblo de la Sierra, Guama, un paraje de San José de las Matas, un lugar que jamás abandonó porque como el buen hijo, abonaba la deuda con su tierra, haciéndole parte de su apostolado.
Fue en su patria chica que el niño que luego sería uno de los más grandes y exitosos empresarios dominicanos, inició a temprana edad, su vida laboral. En Guama dio inicio la historia del niño Arsenio, cuando la verdolaga, planta silvestre que servía de alimento a los cerdos, fue su aliada para mitigar el hambre y tan agradecido era Don Arsenio, que aún después de disfrutar de una vida holgada, comía de vez en cuando verdolaga, porque era de los hombres que no olvidaba sus orígenes.
A los ocho años calzó sus primeros zapatos, pero Arsenio ni de niño era de los que se sentaban a llorar su pobreza, al contrario, tenía suficiente coraje para caminar un buen trecho de kilómetros e ir hasta la escuela, así comenzó a nutrirse del pan de la enseñanza que después compartiría con cientos de niños y adultos tan pobres como lo fue él.
El campo es bueno para cultivar frutos y criar animales, pero no es propicio para que un joven con ambiciones, se quede allí porque el gusanillo del anhelo por comerse el mundo, no cabe en esos estrechos límites, de esa manera Don Arsenio, en aquel tiempo, simplemente el adolescente Arsenio, a los 14 años levantó sus alas y voló hasta Santiago.
La Avenida Valerio, por los lados del Hospedaje, era en aquél tiempo el lugar idóneo para los negociantes, allí empezó a trabajar en un colmado propiedad de un hermano.
De lunes a domingo, desde las seis de la mañana, hasta las seis de la tarde era su labor, el domingo salía a las doce y dedicaba la tarde a brillar zapatos, trabajo que le proporcionaba unas monedas extras, así le fue más fácil reunir 5 pesos con los cuales compró un cerdo que envió a engordar al campo para venderlo luego y comprar otro y otro más, hasta que reunió un dinerito más rendido que le proporcionó incursionar en negocios de más envergadura.
Podríamos decir que el cerdo sirvió a este hombre trabajador, como el trampolín del cual se lanzó a la conquista del éxito empresarial, claro está que sin su tenacidad, el dinero producto de la venta del animal, se habría esfumado sin dejar la moraleja que fácilmente puede adivinarse en esta historia.
La otra parte de su vida, la que trata de recoger los frutos de su trabajo, el mérito de su esfuerzo por la superación, es sabida por todos, su tierra, los jóvenes que estudiaron gracias a su ayuda, las personas que aliviaron situaciones difíciles, los que aprendieron a leer y escribir bajo su tutela, son testigos de su bondad.
Fundador de varias empresas, creador de sistemas de trabajo, colaborador de escuelas, centros de ayudas especiales y universidades, de instituciones, iglesias, protector de muchas personas, Don Arsenio Ureña era admirado, respetado y apreciado.
A los homenajes y diplomas recibidos en su transitar por la vida forjando la base para alcanzar su meta y en la misma medida haciendo el bien, sumaba el más importante de todos los galardones, su conciencia limpia, lo que le confería una especial serenidad.
Condolencias a su entrañable familia, a su amada esposa Camelia, a sus empleados, muchos de cuales constituyen clanes familiares, gente toda que defendía esas empresas como si hubiesen sido propias, ya que la política empresarial del amo, les hacía copartícipes de sus beneficios.
Un recuerdo, una plegaria, un haz de luces refulgentes y un manojo de jazmines blancos que perfumen la senda por la cual viaja el espíritu de Don Manuel Arsenio Ureña.