Víctor Corcoba Herrero.
Sólo el justo puede reconocer los derechos del pobre. Penalizar a las personas que no tienen hogar y viven en las calles, es un acto de injusticia tremendo. Por desgracia, esto sucede en muchos países. No es literatura, es la realidad pura y dura, fruto de una cultura que ha perdido el sentido de fraternidad. Por tanto, cada uno de nosotros seremos culpables de que estas situaciones ocurran en la medida en que uno tome partido y haga lo que le corresponde. En todo caso, aléjese de las mansiones y viva más en la calle, aquel que quiera ser justo. La virtud y el poder no se fraternizan bien. El encuentro con el pobre únicamente es posible cuando nos ponemos a la misma altura del que sufre para poder abrir los ojos a sus necesidades.
Los pobres son usados como arma política, en definitiva, como esclavos del poder. Este abuso es otro acto más de injusticia y tampoco es un cuento. Las diversas situaciones en las que malviven muchas personas suelen superar a la ficción. Se malgastan recursos sobre todo en armamento, que bien podrían invertirse en proyectos de desarrollo de las personas y de los pueblos más pobres. Las guerras no son más que un invento de ricos para que se mueran los pobres. Sólo la persona justa, el ser humano que ame el auténtico amor, puede entender la necesidad de justicia preferencial por el pobre. Antes que generoso, uno tiene que ser humanamente justo, para poder suscitar en el mundo la lógica del bien común, que para nada existe y para nada se cultiva.
Padecemos una especie de anestesia espiritual frente a la desesperación de nuestros semejantes. Nos hemos vuelto más inhumanos, más injustos, y más feroces unos contra otros. Es importante recuperar el pensamiento del justo en un mundo global. Frente a las injusticias no se puede callar. Pienso en la actitud de muchas personas que, por simple comodidad o por querer quedar bien, se acomodan a una mentalidad perversa, en lugar de alzar su voz, por los que ya no tienen ni voz. En nuestro mundo impregnado de individualismo, es necesario otra cultura, más poética que política, capaz de redescubrir la importancia de una mirada que ame y corrija, que conozca y reconozca los derechos del pobre, que sepa discernir y, al mismo tiempo, caminar con espíritu de mansedumbre.
Nadie puede entender los derechos del pobre si tiene un corazón de piedra. Se utiliza la pobreza para tantos juegos sucios de ricos, que urge limpiar atmósferas corruptas y avivar todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de verso en alma, para que espigue el bien. El ser humano justo se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su buen hacer con el prójimo. De estos ciudadanos de bien, el mundo anda escaso. Abundan los que han multiplicado los deseos con la consiguiente disminución de la riqueza de sus semejantes. En consecuencia, los derechos del pobre sólo existen en el papel y no en el corazón de las personas, que es donde realmente habita la esencia de lo que en verdad es justo y lo que es injusto.