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miércoles, 15 de febrero de 2012

La Confirmación, asunto complicado. La celebración del sacramento.

Por Mons. Sebastián


Antes de comenzar con este tema, quiero excluir cualquier apariencia de pesimismo o ligereza. La verdad es que en todas nuestras parroquias, también en los Colegios católicos, existe un interés extraordinario en torno al sacramento de la Confirmación. Una atención compartida por los sacerdotes, los catequistas, las familias y los propios jóvenes. Podrá haber deficiencias. Pero el dato central es enormemente positivo. No es fácil mantener alrededor de las parroquias a tantos jóvenes en esas edades tan difíciles y tan decisivas para el conjunto de la vida. Parece que las cifras de los niños y jóvenes que reciben el sacramento están descendiendo, pero aun así contamos con una hermosa oportunidad de evangelización y formación de muchos jóvenes.

La celebración del sacramento de la Confirmación sigue siendo objetivo central en la actividad pastoral de la mayoría de las parroquias, y en la vida de los mismos chicos y chicas que se preparan para recibirla. Incluso podríamos preguntarnos si el interés y el esfuerzo que se despliega en torno al sacramento de la Confirmación no es desproporcionado en relación con lo que hacemos en torno a otros sacramentos por lo menos tan importantes o más, como pueden ser el Bautismo, la Eucaristía, el Matrimonio o el mismo sacramento de la penitencia y del perdón.

En realidad lo que hacemos en torno a este sacramento forma parte de algo tan importante como la iniciación cristiana, que tiene que ser, en nuestra tierra, el capítulo central de la evangelización. Pero el criterio fundamental para juzgar el acierto de las celebraciones son los frutos. Por eso tenemos que preguntarnos ¿cuáles son las consecuencias reales de estas celebraciones en la vida de nuestros jóvenes? En España confirmamos varios miles de jóvenes cada año. Justo es que nos preguntemos qué estilo y qué grado de vida cristiana llevan los recién confirmados en los años que siguen al de su Confirmación..


Un gran esfuerzo… ¿Con buenos resultados?

No quiero ser pesimista ni excesivamente exigente. Sé perfectamente que no podemos pretender controlar nosotros los frutos espirituales que se puedan producir en la vida de los cristianos. No sabemos ni cómo ni cuándo la gracia de Dios consigue sus frutos en la vida de nadie. Lo nuestro no es llevar la contabilidad de la vida espiritual de los cristianos, sino sembrar y sembrar y ayudar sin desfallecimiento. Seguros de que la gracia de Dios no trabaja en vano. Pero todos sabemos que es una preocupación general el resultado de nuestro trabajo pastoral en torno al sacramento de la Confirmación. Muy pocos de los jóvenes confirmados continúan practicando regularmente la vida sacramental.

Es casi un recurso común el decir que después de la Confirmación los jóvenes dejan de frecuentar la Iglesia y los perdemos de vista. Yo soy testigo de que no es todo así. Hace unos años había parroquias donde continuaban en grupos de formación hasta el 50 %. Seguramente este porcentaje se daba en muy pocas parroquias. Pero eran bastantes las que conseguían mantener en la vida eclesial y parroquial hasta el 10 ó el 15 % de los confirmados.

Con todo hay que reconocer que en este capítulo de la pastoral estamos haciendo un gran esfuerzo. Estoy seguro de que este trabajo no ha de ser inútil. Nunca habíamos tenido a nuestro alcance tanto número de jóvenes para una acción catequética tan preparada, tan atendida y tan prolongada. En esto y en otras muchas cosas, tengo la convicción de que las cosas que se hacen bien y con recta intención siempre dejan buen fruto…

Sin embargo, sigue en pie la pregunta inicial, ¿qué fruto se ve en nuestras comunidades del esfuerzo de la Confirmación? ¿Estamos haciendo bien la iniciación cristiana de nuestros jóvenes? Estas preocupaciones me parece que apuntan hacia el problema básico de nuestra pastoral, que es la iniciación de nuestros fieles en la vida cristiana. Todos los demás objetivos de la labor pastoral dependen de cómo se resuelva ésta cuestión primordial. Si nuestros cristianos nunca llegan a serlo de verdad, por falta de una iniciación verdadera (formación, conversión, celebración, práctica de las virtudes y actividades cristianas), luego no tampoco podremos esperar mucho de ellos.

Celebraciones muy preparadas. ¿Bien preparadas?

A lo largo de mi vida episcopal, he intervenido en centenares y miles de celebraciones. Normalmente todas estaban muy bien preparadas. No se puede decir que sean celebraciones improvisadas o rutinarias. Pocas celebraciones se preparan tanto. Otra cosa es si la preparación tenga siempre claros los objetivos y los puntos más interesantes. A veces se peca por exceso, dando a las celebraciones una excesiva teatralidad, con actuaciones un poco forzadas y poco o nada vividas, preparando numerosas ofrendas que no son ofrendas, haciendo que salgan a leer las lecturas con excesiva precipitación o ligereza, preparando unas preces poco sentidas o poco realistas.

Se nota con frecuencia bastante dispersión y excesiva multiplicidad. Se inventan cosas para que todo el mundo pueda salir a hacer algo. Parece que así quedan más contentos. A veces, en ciertas celebraciones, se echa de menos una idea unitaria, en torno a la naturaleza del sacramento, una participación espiritual y reposada en la verdad del sacramento. Las intervenciones suelen estar a cargo de los mismos candidatos, pero el tener que intervenir, subir y bajar, los tiene nerviosos y distraídos de lo que es principal para ellos en esos momentos. A veces una misma idea o una misma monición la hace el párroco, la vuelve a hacer un catequista y vuelven a decir los mismo los jóvenes o alguno de los padres o padrinos. De este modo se alarga la ceremonia sin necesidad y se diluye la importancia de lo que verdaderamente es esencial.

El objetivo principal

Así que, como criterio general tendríamos que procurar que la preparación y el despliegue de movimientos y participaciones se oriente más hacia la intimidad de la oración y el fervor personal de la participación espiritual que a la multiplicación de movimientos, añadiduras y espectacularidad exterior. Sin descuidar el cómo, hay que pensar sobre todo en qué es lo que celebramos. Para eso no hace falta añadir muchas cosas ni complicar la celebración con textos o gestos añadidos. Vale más hacer lo justo, pero con tranquilidad y reposo, para que los confirmandos, los padrinos y los asistentes, entren de verdad en la celebración, en el sentido y el alcance de las oraciones, de los gestos, de las intenciones del rito mismo.


La participación de los candidatos consiste en seguir con atención la celebración y recibir intensamente el sacramento. No conviene hacer ni encomendarles nada que los distraiga de esta finalidad principal. Sino más bien ayudarles a centrarse en ello. Seguramente sería mejor que la celebración estuviese “dirigida” más bien por algunas otras personas, cercanas a los candidatos, pero que no sean los que van a recibir el sacramento. Los padrinos suelen tener una presencia muy superficial. Conviene que sepan y comprendan su papel, que presenten de verdad a sus ahijados, que sientan la preocupación real de su buena preparación y de sus perspectivas cristianas para el futuro. Es recomendable que sean los mismos padrinos del bautismo, en vistas a apoyar posteriormente su vida cristiana. Podrían ser también los catequistas.

Como punto central de referencia conviene tener bien claro lo que queremos conseguir con la celebración:
- recibir el don del Espíritu Santo que Dios nos da por medio de Jesucristo en su Iglesia, y
- acogerlo de verdad, con fe y gratitud, conociendo y aceptando las consecuencias de este don.

Y la preparación de la celebración

Es conveniente pensar en la ambientación, que se vea lo que va a ocurrir, que haya un ambiente elocuente, vibrante: murales, adornos, flores, ornamentos, etc. Con referencias al Bautismo, al triunfo de Jesús resucitado, al misterio de Pentecostés, a la misión de la Iglesia y de los cristianos en el mundo.

Es preciso dedicar una atención especial a la selección y ejecución de los cánticos. Conviene que el sacerdote hable personalmente con los responsables del Coro. No se les puede dejar a su libre iniciativa. Los cantos han de estar bien encuadrados en la naturaleza y el ritmo de la celebración. Es preciso escoger bien las letras, y pensar en su colocación y duración en el conjunto de la celebración. Los cantos tendrían que ser cantados ante todo por los mismos confirmandos. No se trata de “solemnizar” la celebración. Se trata más bien de que, cantando, oren con fervor. Son para que ellos oren, para orar todos con ellos.

Hay que cuidar de que no rompan el ritmo de la celebración, que no haya que esperar, que no interrumpan la participación de la asamblea sino que la alienten y fortalezcan. No se puede aceptar el que el Coro monopolice los cantos excluyendo la participación del pueblo. Ni es tampoco oportuno que los cantos interrumpan y “enfríen” la celebración. Hay que seleccionar cantos que el pueblo conozca, o dedicar unos minutos a ensayarlos con la gente antes de la celebración. Se pueden buscar cantos con estribillos sencillos, que puedan ser cantados por todos, de forma que el canto sea de verdad una forma más intensa de participar y de rezar, de entrar en la celebración. Si no ¿para qué los queremos?

Con tanta o más razón hay que preparar bien las moniciones, que sean breves, justas, adaptadas a facilitar la comprensión de lo que viene a continuación, cálidas, cercanas. No conviene multiplicarlas demasiado, ni tampoco que se conviertan en pláticas. A veces se dice en una monición todo lo que habría que decir en la homilía, o a lo largo de toda la celebración. Otras veces se repiten las mismas ideas en varias moniciones. O las dicen de manera ininteligible.

Los lectores tienen que estar ensayados. Han de leer proclamando la Palabra con énfasis, entendiéndola, ayudando con la lectura a que los fieles la entiendan. No es fácil leer bien en público. No es conveniente improvisar un lector. Este es un punto en el que nuestras celebraciones suelen ser muy deficientes. No proclamamos la Palabra, simplemente improvisamos unas lecturas mal hechas. Con frecuencia las lecturas quedan casi eliminadas por lo mal que han sido leídas. Casi siempre leen tres veces más deprisa de lo que conviene, con muy poca voz, con muy poco énfasis. En ningún acto público se lee tan mal como en nuestras celebraciones. Las lecturas y el salmo responsorial tienen que tener un relieve y un brillo que pocas veces alcanzan.

La renovación de las promesas del Bautismo es un momento importante. Tendríamos que buscar la manera de darle más realce. Encender en ese momento el Cirio pascual, encender en él velas para todos los confirmandos, rociarlos con agua bendita, etc.

Casi resulta superfluo decir que es preciso dar el mayor realce posible al signo básico de la crismación con la imposición de manos. Algunas veces ocurre que damos mucha importancia a elementos accesorios y secundarios, y luego el signo central pasa casi desapercibido, o lo hacemos de forma raquítica, sin expresividad. Más de una vez me he encontrado con que los algodones del santo crisma estaban casi secos y era imposible hacer bien la unción. La unción y la imposición personal de las manos tienen que ser el signo más realzado en toda la celebración del sacramento. El santo crisma tiene que estar presente bien visible desde el principio de la celebración.

No conviene abusar de la procesión de las ofrendas. Si hay ofrendas que sean verdaderas, algo que los chicos ofrezcan para la comunidad, para los pobres, pero no puros símbolos que no cuestan nada y luego se recogen (botas, balones, libros, guitarras, etc.). Bastaría con el pan y el vino, y una buena ofrenda de su dinero personal para los pobres, quizás también algún signo de sus compromisos de vida. Pero que todo sea verdadero.

Aunque la Confirmación se reciba después de haber recibido la primera comunión, el sacramento no deja de tener una especial relación con la Eucaristía. Por eso es necesario expresar de alguna manera la especial relación del sacramento de la Confirmación con la Eucaristía, centro de la vida cristiana de la comunidad a la cual los confirmandos son incorporados. Su participación en la Eucaristía tiene que ser diferente a partir y como consecuencia del sacramento de la Confirmación. Entre otras cosas, es preciso subrayar el momento de la comunión como especialmente importante en la vivencia y el fruto de la Confirmación. Al ver ciertas actitudes de los jóvenes inmediatamente después de comulgar, me pregunto si les hemos enseñado personalmente a comulgar, a rezar, a dialogar con el Señor, a vivir intensamente su relación de fe y de amor con El. Los comulgantes suelen estar muy distraídos. Nuestros jóvenes no saben rezar unos minutos con los ojos cerrados.

Pocas veces se hace una monición o una intervención expresa del sacerdote para ayudar a los confirmados a orar con intensidad en los momentos que siguen a la comunión. Habría que hacer algo para ayudarles a rezar personalmente con cierta intensidad después de la comunión. Se nota mucho el vacío y la distracción en esos momentos tan importantes. Este esfuerzo ha de ser una manera singular de expresar la veracidad y la autenticidad interior de la iniciación y confirmación recibidas Lo personal es siempre muy débil en estos chicos nuestros.

Claro que me doy cuenta de que he comenzado por la segunda parte. Pero en unos días más os escribo la primera: cómo preparar a quienes desean recibir el Sacramento de la Confirmación.