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sábado, 21 de enero de 2012

La biblia en su hogar.

El sacerdote Esdras presentó la Ley ante la asamblea que estaba compuesta por hombres, mujeres, todos aquellos que estaban en edad de la razón. Era el primer día del séptimo mes.
Estuvo leyendo el libro desde la mañana hasta el mediodía, frente a los hombres, mujeres y niños en edad de comprender que estaban reunidos en la plaza delante de la puerta de las Aguas. Todo el pueblo prestaba mucha atención al libro de la Ley.
El escriba Esdras estaba en una tarima de madera construida para esa ocasión. Matitías, Sema, Anaías, Urías, Hilquías y Maaseías estaban cerca de él a su derecha. Pedaías, Micael, Malquías, Jasum, Jasbadana, Zecarías y Mesulam estaban a su izquierda.
Esdras dominaba a todo el mundo; abrió el libro ante todo el pueblo y cuando lo abrió todos se pusieron de pie.
Entonces Esdras bendijo a Yavé, el Gran Dios, y todo el pueblo respondió con las manos en alto: "¡Amén! ¡Amén!" Luego se inclinaron y se postraron delante de Yavé con el rostro en tierra.
Esdras leyó el libro de la Ley de Dios, e iba traduciendo y explicando el sentido para que comprendieran la lectura.
En esa ocasión, su excelencia Nehemías y el sacerdote escriba Esdras, junto con los levitas que instruían al pueblo, le dijeron a éste: "¡Este es un día santo para Yavé nuestro Dios! ¡No estén tristes! ¡No lloren!" Pues todo el pueblo estaba llorando mientras oía las palabras de la ley.
Le dijeron además: "¡Vayan y coman buena carne y tomen bebida agradable, pero guarden una parte para el que nada tiene preparado y llévensela, porque hoy es un día santo para nuestro Señor!"


Salmo
Sal 19, 8-9; 10; 15


La ley del Señor es perfecta, es remedio para el alma, toda declaración del Señor es cierta y da al sencillo la sabiduría. Las ordenanzas del Señor son rectas y para el corazón son alegría. Los mandamientos del Señor son claros y son luz para los ojos.


El temor del Señor es un diamante, que dura para siempre; los juicios del Señor son verdad, y todos por igual se verifican.


¡Ojalá te gusten las palabras de mi boca, esta meditación a solas ante ti, oh Señor, mi Roca y Redentor!



Segunda Lectura
1Cor 12, 12-30

LA COMPARACIÓN DEL CUERPO

Las partes del cuerpo son muchas, pero el cuerpo es uno; por muchas que sean las partes, todas forman un solo cuerpo. Así también Cristo.
Hemos sido bautizados en el único Espíritu para que formáramos un solo cuerpo, ya fuéramos judíos o griegos, esclavos o libres. Y todos hemos bebido del único Espíritu.
Un solo miembro no basta para formar un cuerpo, sino que hacen falta muchos.
Supongan que diga el pie: "No soy mano, y por lo tanto yo no soy del cuerpo." No por eso deja de ser parte del cuerpo.
O también que la oreja diga: "Ya que no soy ojo, no soy del cuerpo." Tampoco por eso deja de ser parte del cuerpo.
Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿cómo podríamos oír? Y si todo el cuerpo fuera oído, ¿cómo podríamos oler?
Dios ha dispuesto los diversos miembros colocando cada uno en el cuerpo como ha querido.
Si todos fueran el mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?
Pero hay muchos miembros, y un solo cuerpo.
El ojo no puede decir a la mano: "No te necesito". Ni tampoco la cabeza decir a los pies: "No los necesito".
Aun más, las partes del cuerpo que parecen ser más débiles son las más necesarias,
y a las que son menos honorables las tratamos con mayor respeto; cubrimos con más cuidado las que son menos presentables,
mientras que otras, más nobles, no lo necesitan. Dios, al organizar el cuerpo, tuvo más atenciones por lo que era último,
para que no se dividiera el cuerpo; todas sus partes han de tener la misma preocupación unas por otras.
Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro recibe honores, todos se alegran con él.
Ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno en su lugar es parte de él.
En primer lugar están los que Dios hizo apóstoles en la Iglesia; en segundo lugar los profetas; en tercer lugar los maestros; después vienen los milagros, luego el don de curaciones, la asistencia material, la administración en la Iglesia y los diversos dones de lenguas.
¿Acaso son todos apóstoles?, ¿son todos profetas?, ¿son todos maestros?, ¿pueden todos hacer milagros,
curar enfermos, hablar lenguas o explicar lo que se dijo en lenguas?

Evangelio
Lc 1, 1-4; Lc 4, 14-21
Algunas personas han hecho empeño por ordenar una narración de los acontecimientos que han ocurrido entre nosotros,
tal como nos han sido transmitidos por aquellos que fueron los primeros testigos y que después se hicieron servidores de la Palabra.
Después de haber investigado cuidadosamente todo desde el principio, también a mí me ha parecido bueno escribir un relato ordenado para ti, ilustre Teófilo.
De este modo podrás verificar la solidez de las enseñanzas que has recibido.
EN NAZARET JESÚS PROCLAMA SU MISIÓN

Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu, y su fama corrió por toda aquella región.
Enseñaba en las sinagogas de los judíos y todos lo alababan.
Llegó a Nazaret, donde se había criado, y el sábado fue a la sinagoga, como era su costumbre. Se puso de pie para hacer la lectura,
y le pasaron el libro del profeta Isaías. Jesús desenrolló el libro y encontró el pasaje donde estaba escrito:
El Espíritu del Señor está sobre mí. El me ha ungido para llevar buenas nuevas a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos y a los ciegos que pronto van a ver, para despedir libres a los oprimidos
y proclamar el año de gracia del Señor.
Jesús entonces enrolló el libro, lo devolvió al ayudante y se sentó, mientras todos los presentes tenían los ojos fijos en él.
Y empezó a decirles: "Hoy les llegan noticias de cómo se cumplen estas palabras proféticas."