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martes, 31 de enero de 2012

El olor a carroña de la corrupción

Benjamín García.


Mucha tinta derramada sobre papeles indefensos. Discursos lanzados a ningún buzón. Denuncias, programas descarnados de periodistas valientes. Inquietudes sin eco, cinismo y mucho descaro. Panorama sombrío que presenta el tema de la corrupción en nuestro amado país.

Previo al ascenso al poder escuchamos lindezas como la de colocar las manos para ser cercenadas si alguien en su gobierno osara meter las suyas. Alguno llegó a presentarlas como garantía. Una vez fue tema de campaña y cual jovencita en una rifa de bazar, un candidato la levantaba acompañado del slogan “manos limpias”. Genial e irónica la mas de una vez pronunciada expresión: “No me digas al oído lo que no seas capaz de decir en público”. Y después el ejercicio, sarcástico, irreverente y olvidadizo.

Se crean leyes, no hay dudas de los avances en este sentido, para transparentar el ejercicio del poder. Organismos reguladores y oficinas de nombre sonoro pero con menos poder para actuar que el Alcalde Pedáneo de la comunidad de Las Espinas. Estructuras para supervisar, alertar, bucear en el manejo de los fondos de las instituciones y si no para castigar, por lo menos para sugerir el castigo, pero andan cojas, a veces con las mismas dolencias del paciente a quien deben vigilar.

La historia cuenta de algún Jefe de Estado, desmontado de su “banqueta”, por la severidad con que actuaba ante las nefastas acciones de sus subalternos, lo conminaron a abandonar el poder. Ganó la sombra y se aposentó orgullosa, engreída, desafiante y manipuladora. Desde entonces, con mayor desenfado el cáncer se ha expandido hasta cubrir toda la sociedad en su conjunto, abarcando sindicatos, asociaciones de empresarios, instituciones menores, hasta el mecánico del patio donde te venden la misma pieza que antes fue robada a tu carro.

De ahí el desparpajo con que un gobernante fue capaz de justificar el clientelismo frente a las oficinas públicas, haciendo referencia a “la mordida”, nombre dado en un país hermano al dinero con que un trabajador estatal completa su sueldo miserable. Este mismo ironizó y se le celebró el famoso desliz de “La corrupción se detiene en la puerta de mi despacho”.

El panorama se presenta desafiante. Tenemos la obligación de desmontar estas mafias enquistadas en el poder. No podemos, por el bien de las futuras generaciones, seguir aceptando el bochorno que representa, ver salir del barrio un individuo sin preparación, a veces con los pantalones rotos, y luego verle llegar ostentando una riqueza injustificable y de dudosa procedencia.

El crecimiento económico es una realidad inocultable como es inocultable el hecho de no poder mostrar beneficios en la misma magnitud. Es fácil el ejercicio. Recorra el país y contabilice sobre todo los últimos quince años. Ni cualitativa ni cuantitativamente se logra un justo balance entre lo recibido por el Estado y lo desvuelto a la población. ¿Dónde queda lo otro? Todos lo sabemos.

La sociedad en su conjunto, mareada por las dádivas y el clientelismo voraz, no alcanza a comprender la magnitud del problema. Es obligación nuestra hacerla despertar, desenmascar los corruptos y demandar, con vehemencia, un castigo ejemplar. Empezando por devolver la espalda cuando intenten comprar con palabritas bonitas o una migaja de pan nuestro voto.

Hoy me he sentado a escribir el segundo discurso de mi “propuesta presidencial”, pero este tema es muy serio para ironizar con él. A parte del repudio que nace en mis entrañas