Zorayda Aybar.
El décimo principio de la Enseñanza de Bahá'u'lláh es la igualdad de los sexos.
Dios ha creado a todas las criaturas en parejas. El ser humano, la bestia o los vegetales, todo en estos tres reinos es de dos sexos, y entre ambos existe igualdad absoluta.
En el mundo vegetal existen plantas macho y plantas hembra; tienen iguales derechos, y comparten por igual la belleza de su especie; aunque en verdad, el árbol que produce frutos podría decirse que es superior al que no los produce.
En el reino animal vemos que el macho y la hembra tienen iguales derechos, y que cada uno de ellos participa de los beneficios de su clase.
Ahora bien, en los dos reinos inferiores de la naturaleza hemos visto que no se plantea la cuestión de la superioridad de un sexo sobre el otro. En el mundo de la humanidad encontramos una gran diferencia; el sexo femenino es tratado como si fuese inferior, y no se le conceden los mismos derechos y privilegios. Esta condición no es debida a la naturaleza, sino a la educación. En la Creación Divina no existe tal distinción. A la vista de Dios, ningún sexo es superior al otro. ¿Por qué, entonces, un sexo debe afirmar la inferioridad del otro, adjudicándose derechos y privilegios como si Dios les hubiese concedido Su autoridad para tal modo de actuar? Si las mujeres recibieran las mismas oportunidades educativas que los hombres, el resultado demostraría la igualdad de capacidades de ambos para la adquisición del saber.
En ciertos aspectos, la mujer es superior al hombre. Posee un corazón más tierno, es más receptiva y su intuición es más intensa.
No se puede negar que, en varios sentidos, la mujer actualmente está más atrasada que el hombre, pero esta inferioridad temporal se debe a la falta de oportunidades educativas. En las necesidades de la vida, la mujer posee un instinto más poderoso que el del hombre, pues él le debe a ella su propia existencia.
Si la madre es educada, entonces sus hijos serán bien instruidos. Si la madre es sabia, entonces sus hijos serán guiados hacia el camino de sabiduría. Si la madre es religiosa, enseñará a sus hijos cómo deben amar a Dios. Si la madre tiene moral, guiará a sus pequeños por los senderos de la rectitud.
Es evidente, entonces, que las generaciones futuras dependen de las madres de hoy. ¿No es ésta una responsabilidad vital para la mujer? ¿No necesita todas
las ventajas posibles para capacitarse para semejante tarea?
La mujer deberá esforzarse, pues, por alcanzar la mayor perfección, por ser igual al hombre en todos los aspectos, por progresar en todo aquello en lo que ha estado postergada para que el hombre se vea obligado a reconocer su igualdad en capacidad y logros.
En Europa, las mujeres han realizado mayores progresos que en Oriente, pero ¡aún hay mucho que hacer! Cuando los estudiantes llegan al término del año escolar se realiza un examen, cuyo resultado determina el conocimiento y capacidad de cada estudiante. De igual modo ocurrirá con la mujer, sus acciones demostrarán su poder, sin necesidad de proclamarlo con palabras.
Es mi esperanza que las mujeres de Oriente, así como sus hermanas de Occidente, progresen con rapidez hasta que la humanidad alcance su perfección.
La Munificencia de Dios es para todos y proporciona poder para todo progreso. Cuando los hombres reconozcan la igualdad de las mujeres no será necesario que ellas luchen por sus derechos. Uno de los principios de Bahá'u'lláh es, por tanto, la igualdad de los sexos.
Las mujeres deben hacer el mayor esfuerzo por adquirir poder espiritual y por desarrollar las virtudes de la sabiduría y la santidad hasta que su entendimiento y su esfuerzo logren la unidad del género humano. ¡Deben trabajar con vehemente entusiasmo para difundir la Enseñanza de Bahá'u'lláh entre los pueblos, para que la radiante luz de la Divina Munificencia abrace las almas de todas las naciones del mundo!
Tomado del libro La Sabiduría de 'Abdu'l-Bahá - París-1911.