Mons. Fernando Ocáriz ha publicado en “L’Osservatore Romano” un interesantísimo artículo “sobre la adhesión al concilio Vaticano II”.
El texto consta de tres partes: Una introducción, un apartado “sobre la debida adhesión al Magisterio” y otro sobre “la interpretación de las enseñanzas”.
La introducción es muy clara: El concilio Vaticano II, por el hecho de tener una finalidad pastoral, no deja de ser doctrinal. La doctrina se orienta a la salvación y, además, “en los documentos conciliares es obvio que existen muchas enseñanzas de naturaleza puramente doctrinal”. Sería terrible, añado yo, que doctrina y pastoral se disociasen, como si se pudiese encaminar hacia Dios a las personas al margen de la verdad de lo que Dios ha revelado.
Tras la introducción, un apartado sobre “la debida adhesión al Magisterio”. Sale al paso Mons. Ocáriz de una versión minimalista del Magisterio – versión compartida, dicho sea de paso, por “progresistas” y por algunos “tradicionalistas” - . No solo es Magisterio el Magisterio formalmente “infalible” y/o “definitivo”: “Toda expresión del Magisterio auténtico hay que recibirla como lo que verdaderamente es: una enseñanza dada por los Pastores que, en la sucesión apostólica, hablan con el ‘carisma de la verdad’ ”.
No se puede negar que este carisma y esta autoridad faltasen en el concilio Vaticano II. Eso no quiere decir que todas las afirmaciones del concilio tengan el mismo valor doctrinal. El mismo concilio, en LG 25, así como la fórmula de la “Professio fidei” de 1989, han recordado los diversos grados de adhesión a las doctrinas.
Hay verdades que requieren la adhesión de fe teologal; otras, un asentimiento pleno y definitivo; otras, un “religioso asentimiento de la voluntad y de la inteligencia”, que se encuadra “en la lógica y bajo el impulso de la obediencia de la fe”. En las cuestiones circunstanciales, lo que se pide es una actitud de respeto y gratitud, sin que requieran una adhesión intelectual en sentido propio.
La tercera parte del artículo versa sobre “la interpretación de las enseñanzas”. Aquí, a mi modo de ver, Mons. Ocáriz hace frente a la tentación de un “fundamentalismo” magisterial” (al que propenden, quizá, algunos “tradicionalistas"). El Magisterio es, sustancialmente, unitario; continuo y homogéneo en el tiempo.
Pero “la continuidad no significa ausencia de desarrollo; la Iglesia, a lo largo de los siglos, progresa en el conocimiento, en la profundización y en la consiguiente enseñanza magisterial de la fe y moral católica”. Nada, en suma, que a un lector del Beato Newman le pueda sorprender.
Si alguna enseñanza “nueva” plantea dificultad la actitud católica “es la de buscar una interpretación unitaria en la que los textos del Concilio Vaticano II y los documentos magisteriales precedentes se iluminen recíprocamente”.
Y esto significa que no solo hay que interpretar el Vaticano II a la luz de las enseñanzas precedentes, sino que también hay que interpretar estas enseñanzas a la luz del último concilio. Sin que suponga, este procedimiento, ninguna novedad en la historia de la Iglesia.
La hermenéutica de la reforma, de la renovación en la continuidad, es, como ha señalado el Papa, el criterio adecuado. En la historia de las interpretaciones no se puede ignorar la lectura que, de cada tema, ha venido haciendo el magisterio posterior, sin menoscabo de la libertad teológica a la hora de profundizar en los detalles.
Repito lo que he dicho al principio. Un artículo necesario y esclarecedor. No queda más que agradecérselo a Mons. Ocáriz. Sin duda, sabe de lo que habla. Habrá quien dese confundirse. Allá él.
El texto consta de tres partes: Una introducción, un apartado “sobre la debida adhesión al Magisterio” y otro sobre “la interpretación de las enseñanzas”.
La introducción es muy clara: El concilio Vaticano II, por el hecho de tener una finalidad pastoral, no deja de ser doctrinal. La doctrina se orienta a la salvación y, además, “en los documentos conciliares es obvio que existen muchas enseñanzas de naturaleza puramente doctrinal”. Sería terrible, añado yo, que doctrina y pastoral se disociasen, como si se pudiese encaminar hacia Dios a las personas al margen de la verdad de lo que Dios ha revelado.
Tras la introducción, un apartado sobre “la debida adhesión al Magisterio”. Sale al paso Mons. Ocáriz de una versión minimalista del Magisterio – versión compartida, dicho sea de paso, por “progresistas” y por algunos “tradicionalistas” - . No solo es Magisterio el Magisterio formalmente “infalible” y/o “definitivo”: “Toda expresión del Magisterio auténtico hay que recibirla como lo que verdaderamente es: una enseñanza dada por los Pastores que, en la sucesión apostólica, hablan con el ‘carisma de la verdad’ ”.
No se puede negar que este carisma y esta autoridad faltasen en el concilio Vaticano II. Eso no quiere decir que todas las afirmaciones del concilio tengan el mismo valor doctrinal. El mismo concilio, en LG 25, así como la fórmula de la “Professio fidei” de 1989, han recordado los diversos grados de adhesión a las doctrinas.
Hay verdades que requieren la adhesión de fe teologal; otras, un asentimiento pleno y definitivo; otras, un “religioso asentimiento de la voluntad y de la inteligencia”, que se encuadra “en la lógica y bajo el impulso de la obediencia de la fe”. En las cuestiones circunstanciales, lo que se pide es una actitud de respeto y gratitud, sin que requieran una adhesión intelectual en sentido propio.
La tercera parte del artículo versa sobre “la interpretación de las enseñanzas”. Aquí, a mi modo de ver, Mons. Ocáriz hace frente a la tentación de un “fundamentalismo” magisterial” (al que propenden, quizá, algunos “tradicionalistas"). El Magisterio es, sustancialmente, unitario; continuo y homogéneo en el tiempo.
Pero “la continuidad no significa ausencia de desarrollo; la Iglesia, a lo largo de los siglos, progresa en el conocimiento, en la profundización y en la consiguiente enseñanza magisterial de la fe y moral católica”. Nada, en suma, que a un lector del Beato Newman le pueda sorprender.
Si alguna enseñanza “nueva” plantea dificultad la actitud católica “es la de buscar una interpretación unitaria en la que los textos del Concilio Vaticano II y los documentos magisteriales precedentes se iluminen recíprocamente”.
Y esto significa que no solo hay que interpretar el Vaticano II a la luz de las enseñanzas precedentes, sino que también hay que interpretar estas enseñanzas a la luz del último concilio. Sin que suponga, este procedimiento, ninguna novedad en la historia de la Iglesia.
La hermenéutica de la reforma, de la renovación en la continuidad, es, como ha señalado el Papa, el criterio adecuado. En la historia de las interpretaciones no se puede ignorar la lectura que, de cada tema, ha venido haciendo el magisterio posterior, sin menoscabo de la libertad teológica a la hora de profundizar en los detalles.
Repito lo que he dicho al principio. Un artículo necesario y esclarecedor. No queda más que agradecérselo a Mons. Ocáriz. Sin duda, sabe de lo que habla. Habrá quien dese confundirse. Allá él.