Clarissa Barceló de Rodríguez
El evangelio de hoy (Mc.1,1- 8) nos habla de cómo Juan el Bautista iba preparando el camino para la llegada del Salvador, y lo que más me asombró fue que Juan conocía sus limitaciones y su pequeñez delante del que venía a salvarnos. Estaba tan convencido de esto que decía que no tenía derecho de soltarle las sandalias. Juan bautizaba con agua para que luego, Jesús, bautizara con el Espíritu. Así mismo es en nuestro tiempo: el sacerdote nos bautiza con agua y es Dios quien nos bautiza con su Espíritu. Lo más grande de Juan era que, conociendo sus limitaciones, aceptó su misión y la llevó a cabo.
Pasó su vida predicando el bien, orientando a las personas para que volvieran al camino correcto.
Juan, a pesar de sus debilidades humanas, con su palabra y ejemplo, logró muchos cambios en su época. No solo le hablaba a su pueblo de la venida de Jesús o de cómo debían cambiar, sino también de los placeres mundanos de aquella época, que, como ahora, están presentes.
Predicaba el desprendimiento de las cosas materiales, les hacía entender que lo más importante en la vida no es tener mucho, sino compartir con los demás.
Siempre se mantuvo firme en sus criterios. Para mí la vida de Juan el Bautista es un ejemplo de cómo en estos tiempos debemos vivir. Como él, nosotros estamos llamados a preparar el camino para el encuentro con Dios de todas las personas que nos rodean, debemos estar siempre al servicio del Señor a través de nuestros hermanos, debemos tratar de vivir una vida de santidad y esto lo debemos empezar por nuestros hogares, que son la base de nuestra sociedad. Debemos inculcarles a nuestros hijos el amor al Señor, fomentar los criterios cristianos y, sobre todo, el hambre de servir, porque es la única forma de devolverle al Señor un poco de lo mucho que Él nos da.
En mi cursillo aprendí cuál es la misión que el Señor tiene conmigo y con los míos. Descubrí que nuestra vida debe estar al servicio de nuestros hermanos.
Aprendí a amar a mi Iglesia católica, a mis sacerdotes, y descubrí que, como Juan, ellos preparan el mundo para ese encuentro con el Señor, y nosotros los laicos estamos llamados a colaborar con ellos.