Raúl Benoit.
La brisa del mar nos golpeó la cara y el olor a costa llenó los pulmones con la euforia de una vacaciones tropicales.
En mi bolsillo llevaba unos pocos dólares y el límite de la única tarjeta de crédito sobreviviente a la crisis económica se mantenía a un margen justo para disfrutar un paseo modesto el cual nos repararía el cuerpo y el espíritu.
A pesar de esto, el viaje auguraba bien, pero nadie va preparado para las malas sorpresas que ofrece hacer turismo en Latinoamérica.
Cancún, atractivo balneario mexicano, siempre lo tuve como destino ocasional. Junto a mi novia, empacamos un par de trapos para vestir y corrimos a deleitarnos de la playa blanca, un sol radiante y un mar azul.
Al bajar del avión, esa placidez y frenesí de sentir el aire fresco y cálido golpear la piel, comenzó a convertirse en un frente frío venido del norte, recordándonos que habíamos llegado a un territorio donde hay que cuidar la billetera.
El primer choque absurdo fue la excesiva hospitalidad, tan abrumadora que llega a hostigarte, de operadores turísticos que fingen ser parte de la oficina estatal.
Sin percibir el asalto acaecido, porque nos arrastraron casi obligados a un taxi en medio de un éxtasis de ofertas y promesas maravillosas, íbamos rumbo al hotel, habiendo pagado por delante 60 dólares, valor que descubrimos después que sólo cuesta 20 en la ruta de regreso.
Otro golpe ético-turístico lo recibimos en un mercado artesanal, donde intentamos llevarnos un par de recuerdos de la cultura Maya. Los precios excesivos nos colocaron en una disyuntiva de almorzar en un buen restaurante o comer taquitos en la calle.
Pero, lo más desvergonzado fue escuchar la frase de "aquí te robamos menos", voceada con cinismo por un joven que nos invitó a entrar a una tienda, garantizándonos que, por lo menos, comeríamos fajitas adicionales de carne y pollo.
Hace muchos años, en Colombia, se promocionaba la visita al país con la frase: "Turista satisfecho trae más turistas", pero hoy los empresarios, al parecer, no les importa garantizar el regreso del cliente.
Cuando ven que uno tiene cara de turista los precios suben. Así ocurre en lugares como Cartagena en Colombia, Puerto Rico y República Dominicana y ni hablar de Miami Beach, donde comer un rico plato podría causarle indigestión cuando traen la cuenta.
Ante la amenaza latente de un atraco por parte de los taxistas, resolvimos rentar un carro. En una maniobra maliciosa, el empleado pidió que le pagáramos en efectivo, dándonos un descuento. Al día siguiente, otra persona, nos cobró más caro, pero con tarjeta de crédito. Sospechamos que el primero se embolsó el dinero.
No crea que no disfrutamos el paseo. Lo gozamos mucho, pero nos fuimos con el sabor amargo de haber sido asaltados, múltiples veces, por tener cara de turistas.
Cuando llegamos a casa, para rematar, no nos libramos de la viveza. A los pocos días recibimos una cuenta de 600 dólares de la compañía de renta de vehículos porque, según ellos, habíamos estrellado el carro. Jamás quisieron aceptar el error y para colmo de males, la cuenta del teléfono me salió más alta que el falso cobro.
Turista insatisfecho quizás no vuelva.