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viernes, 7 de octubre de 2011
Prólogo escrito por Johan Rosario para el libro Las Vainas de Papá, del periodista Arturo Taveras
Con apenas avanzar sobre las primeras veinte páginas de Las Vainas de Papá, del periodista Arturo Taveras, advertí que se trata de un largo canto literario en el que bailan con acompasada fluidez la poesía, la narrativa y el reportaje periodístico salpicado de metáforas puestas en el lugar exacto. Siempre supe de las muchas destrezas que Taveras tenía para aterrizar con éxito en el corazón de cualquier historia que oliera a noticia, y lograr pintarla con buen barniz aunque no reuniera ni el más remoto valor noticioso, y sabía, además, que en el rol de ensayista su madera era fina como la de ebanista consagrado y celoso con su carpintería. Sin embargo, admito que no conocía la alta vocación literaria con que se nos ha revelado en Las vainas de Papá.
La presente obra, aunque centrada en un personaje de carne y hueso, que ha vuelto a ser noticia y para asombro de muchos marcha con el ímpetu de un trueno en verano hacia el mismo “carguito” del que fue expulsado con rencor virulento por un país que apenas ocho años atrás parecía resuelto a sepultarle de por vida en el rincón donde mueren de olvido los peores hombres de la historia, es, antes que un tratado político o un ensayo tendente a trastocar la presente escena dominicana, un enfoque literario del peregrinar de un presidente atípico y de atolondrado proceder, cuyo placer más alto era dar nalgadas a jóvenes doncellas y rapartir boches y reprimendas con el desparpajo propio de quien jamás posó sus ojos en un libro, y que aún ahora sigue teniendo por virtud mayor andar casi siempre desabrochado y en mangas de camisa, con un sombrero de fieltro blanco como atuendo predilecto.
La camisa desabotonada y el andar desgarbado se parecen mucho a él mismo. Es la pintura más exacta de Hipólito Mejía, la que él traza con una maestría que no parece tener paralelo. Arturo Taveras, como director de varios medios principales del Cibao dominicano, tuvo la oportunidad, a pocos reservada, de estar en primera fila junto a Hipólito durante sus cuatro años al mando de República Dominicana. Por eso el sagaz periodista logra encapsular en Las Vainas de Papá, haciendo uso de la prodigiosa y fecunda memoria que siempre ha probado tener, un dossier de los mas ricos repentismos del expresidente y hoy candidato a la misma posición por el opositor Partido Revolucionario Dominicano.
Las Vainas de Papá es un libro preñado de inéditas anécdotas, capaces por un lado de arrancar carcajadas por la mucha comicidad que contienen las historias contadas con la fruición y agilidad de un narrador experimentado, y en muchos otros de poner a pensar a más de uno sobre la conveniencia de volver a tener como Presidente de una nación que va rompiendo los cascarones del atraso y que se inserta con relativo éxito en el concierto de naciones que existen y tienen lugar en el planeta, a un hombre que ante un brote de hambruna y carestía es capaz de recomendar a sus gobernados que caminen sobre las aceras si torna a ser muy dura y aplastante la situación económica y que con la misma actitud desproporcionada puede sugerir, frente la correcta interpelación de la colectividad, que los ciudadanos echen plumas y se vuelvan gallinas para poner sus propios huevos cuando se disparen los precios de este muy consumido producto entre los dominicanos.
Desde esa perspectiva, el aporte de Arturo Taveras resulta muy interesante y valioso. Vuelve a poner en relieve historias que el polvo del tiempo ha ido enterrando y llenando de largas telarañas, a despecho de la gran cercanía de los años. Menos de una década ha sido suficiente en el subconsciente nacional para barrer aquellas historias que en algunas casos cobraron la resonancia de un tsunami arrasador en los medios de comunicación. Ya había dicho el escritor argentino Ernesto Sábato, el celebrado autor de El Túnel y otras novelas capitales, que todo tiempo pasado fue siempre mejor.
Es un engaño de la memoria, un zarpazo que la nostalgia suele dar en el cerebo de las masas, haciendo pasar por bueno lo que antes fue horrible en el suelo de la realidad palmaria, esa que al tocarse en carne y hueso ciertamente taladra, pero que el distorsionado iris del recuerdo lo rescata casi siempre con ojos de exagerada indulgencia. Por eso la reivindicación de Hipolito Mejia, a quien además de gobernante inferior y desmesuradamente emotivo, se lo tenía por poco diestro y hasta temerario en las cuestiones de Estado, se ha ido convirtiendo en una realidad irrefutable en el proceso político que desembocará en las elecciones del 2012.
El mayor activo de esta obra cuya lectura recomendamos con decisión, es precisamente hacer la oportuna cartografía de esas historias marchitas en tantas mentes que celebran a mandíbulas batientes las mismas atrocidades que ayer sufrieron con días negros que se volvían sal en los lánguidos ojos del hambre y la exclusión. Juan Bosch llegó a escribir sobre ese raro fenómeno de los dominicanos, a los que describió más de una vez como masoquistas y sempiternos amantes del dolor. Todos se han contentado con la necesidad de cambio, y la trampa se ensancha con los años de inútil y desastroso círculo vicioso, ese mismo que sólo conduce al pueblo a patinar en un tremedal sin fin: la nada.
Las Vainas de Papá hace un aporte doble, porque no es únicamente el mensaje de fondo en que con acierto se sustenta la obra. Hay algo tanto o mas atractivo que el fondo: la buena forma. El periodismo, cuando se traslada tan impecablemente al mundo de la literatura, se transforma en un arrullador remanso. Las Vainas de Papá es eso: un canto largo, un silbido apacible pero contundente al oído de un país que necesita de algunos buenos músicos que lo hagan despertar cantándole sus verdades más ácidas. Cuando se logra poesía con un ensayo de esta índole, puede decirse que se está en presencia de un acontecimiento que habrá de tener un lugar de privilegio más allá de la minúscula coyuntura narrada. No será solo una ráfaga electorera y circunstancial. Las vainas de Papá entran ahora por la puerta grande al parnaso de las obras que nacen para vivir en la eternidad. Arturo Taveras ha tenido un debut que merece ser premiado con la lectura completa de esta obra.
Johan Rosario
(Nueva York, otoño de 2011).-