Félix Jacinto Bretón.
Soy hombre y nada de lo que es humano, a mi me puede ser ajeno”. A esta conocida frase de Terencio apelo este sábado. Demasiadas atrocidades he visto por Telesur y otros medios. Cadáveres regados por doquier. Destrucción. Hospitales llenos de heridos. Es Trípoli. Es Brega. Es Libia.
Me ha tocado ver “directo y en vivo” lo que ocurre en los últimos días en ese país norafricano. ¡Desastroso! Habría que tener un corazón de piedra, de hierro, de concreto para no sensibilizarse ante este dramático cuadro.
Leía a Cubadebate y encontré este artículo relacionado con la situación actual de Libia. Quise compartirlo con mis lectores y lectoras en esta Trinchera sabatina, aunque debí resumirlo por lo extenso que es:
La suerte del régimen libio está echada. A estas horas la única cuestión pendiente es el destino de Muammar Gadafi: ¿se rendirá o luchará hasta el fin?, ¿será Allende o Noriega?, ¿vivo o muerto? y, si vivo, ¿qué le espera? El exilio es altamente improbable: no tiene quien lo reciba y, además, su inmensa fortuna, depositada en bancos de Estados Unidos, Inglaterra, Francia e Italia está bloqueada.
Lo más probable será que siga la suerte de Slobodan Milosevic y termine enfrentando las acusaciones del Tribunal Penal Internacional, que lo acusará “de genocida” por haber ordenado a sus tropas que disparen contra de su pueblo.
Haciendo gala de una obscena doble moral, el TPI va a acoger una petición de un país, Estados Unidos, que no sólo no ha firmado el tratado y que no le reconoce jurisdicción sobre sus nacionales sino que lanzó una pertinaz campaña en contra del mismo, obligando más de un centenar de países de la periferia capitalista a renunciar a su derecho a denunciar ante el TPI a ciudadanos estadounidenses responsables de violaciones semejantes -o peores- que las perpetradas por Gadafi.
Una infamia más de un supuesto “orden mundial” que se está cayendo en pedazos gracias a los continuos atropellos de las grandes potencias. Y una lección para todos aquellos que confían -como en su momento lo hizo la Argentina de los noventa- en que consintiendo las “relaciones carnales” con el imperialismo se gozaría para siempre de su protección.
Craso error, como se comprobó en el derrumbe de la Convertibilidad y como hoy lo experimenta en carne propia Gadafi, atónito ante la ingratitud de aquellos de quienes se había convertido en obediente peón.
De todos modos, el operativo no será para nada sencillo, entre otras cosas porque el Consejo Nacional de la Transición (CNT) es un precipitado altamente inestable y heterogéneo de fuerzas sociales y políticas débilmente unidas por la argamasa que sólo le proporciona su visceral rechazo a Gadafi, pese a que no son pocos quienes hasta hacía pocos meses se contaban entre sus más obsecuentes y serviles colaboradores.
El CNT, en suma, es un bloque reaccionario y oportunista, integrado por islamistas radicales, socialistas (“estilo Zapatero o Tony Blair”), nacionalistas (sin nación, porque Libia no lo es) y, como señala el analista internacional Juan G. Tokatlian, “bandidos, empresarios, guerrilleros y ex militares” por no hablar del fraccionalismo tribal y étnico que ha marcado desde siempre la historia de ese territorio sin nación que es Libia.
Desgraciadamente, lo que espera a Libia no es la democracia sino un turbulento protectorado europeo-estadounidense y, como dijo Winston Churchill de su país en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, sangre, sudor y lágrimas ¡seguimos en combate!