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sábado, 11 de junio de 2011

Y tú... ¿Estás triste?


Bonjour tristesse…

¿Cuántos de nosotros amanecemos así con frecuencia, y nos acostamos con un “hasta mañana, tristeza”?

Pues llegó el momento de zapatearnos de esa mala costumbre. Ya está bueno. Oigan bien esta historia que les voy a contar.

Durante muchos años, un herrero trabajó de sol a sol y ayudaba a cuantos podía, pero nada parecía andar bien en su vida y vivía siempre cabizbajo y alicaído. Sus problemas y sus deudas se acumulaban día a día. Y les adelanto que esta es una historia de cómo Dios va moldeando nuestras vidas.

Una tarde, un amigo le comentó que era muy extraño que, justamente después que el herrero hubiera emprendido los caminos del Señor, su vida hubiera comenzado a empeorar. Claro, ya el herrero lo había observado sin entender lo que estaba sucediendo. Pero como no quería dejar al amigo sin respuesta, comenzó a hablar y terminó encontrando la explicación que buscaba.

“Fíjate -le dijo- yo recibo el acero aún sin trabajar, para transformarlo en objetos útiles. Caliento la plancha a un calor infernal, hasta que se pone al rojo vivo. Luego, sin piedad, tomo el martillo más pesado y le aplico muchísimos golpes, hasta que la pieza adquiere la forma deseada. La sumerjo en agua fría, y el taller entero se llena con el ruido y el vapor, porque la pieza estalla y grita a causa del violento cambio de temperatura. Y este proceso lo repito varias veces hasta lograr el resultado que busco, ya que con una sola vez no es suficiente.

Muchas veces el acero no soporta el tratamiento y termina rajándose. En ese momento, me doy cuenta que jamás podré transformarlo y lo arrumbo en ese montón de hierro viejo que viste a la entrada.

Recién ahora me doy cuenta que Dios me está colocando en el fuego de las aflicciones. En consecuencia, me decido a aceptar con alegría los martillazos que la vida me da, aún cuando a veces me sienta tan frío e insensible como el agua que hace sufrir al acero. La única cosa que pido a Dios es: Dios mío, no desistas, hasta que yo consiga tomar la forma que Tú esperas de mí. Inténtalo, Señor, de la manera que te parezca mejor, por el tiempo que quieras, pero nunca me pongas en el montón de hierro viejo de las almas...”

Conversa tú también con Dios, como lo hizo el herrero. Que tu oración sea como esta:

“Señor, hoy me siento atrapado por la angustia de la depresión, este demonio que parece haberse adueñado de nuestro mundo. Me siento abatido no sabría decir por qué.

Miro dentro de mí y percibo un sabor amargo de tristeza y desesperanza que no sé controlar; estoy a punto de tenerme lástima, a punto de conducir mis sentimientos por el camino de la destrucción.

Enséñame a asumir las situaciones de muerte que tú permites en mi vida, para poder así liberarme de ellas; enséñame a darte gracias por poder compartir contigo no sólo los sentimientos de gozo sino también las experiencias de agonía.

Sé bien que todo pasa. Tú ya has resucitado, Señor, y yo confío en resucitar un día, en solidaridad contigo y con todos los humillados de la tierra.

Gracias, Señor, porque ahora me invitas a cantar.” (Ángel Sanz Arribas, cmf).

Bendiciones y paz.

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