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miércoles, 15 de junio de 2011

Reflexiones de un ex juez

Por Pedro Domínguez Brito.


En el año 1997, cuando se eligió la actual Suprema Corte de Justicia, yo era juez de la Segunda Sala del Juzgado de Trabajo del Distrito Judicial de Santiago.

Tenía 5 años en el cargo. Ya conocía bastante lo que era la Suprema Corte de Justicia de entonces. El desorden que existía en el Poder Judicial era enorme. No supervisaban a nadie.

Los palacios de justicia parecían mercados. Los jueces y el personal administrativo no se preparaban y ganaban pírricos salarios. La jurisprudencia estaba estancada, pues no se publicaban los boletines judiciales.

No había materiales en los tribunales, hasta el grado de que los abogados suministraban a veces las hojas de maquinilla para hacer las sentencias, si es que esos mismos leguleyos no las llevaban hechas…; en fin, fue una época oscura, donde una llamada desde el poder decidía la libertad o el patrimonio de un ciudadano. Gracias a Dios, al menos en Santiago se respiraba otro aire. Eso nos animaba.

Éramos rebeldes con causa. Los jueces no estábamos dispuestos a aguantar en silencio esa anarquía y esa degradación moral, y salíamos a las calles a protestar (magistrados en huelga, genial) y enviábamos documentos y propuestas para mejorar. Aquellos jueces de la suprema, en las pocas ocasiones que recibían a los alzados, los veían con burla e incluso con desprecio.

Hace 14 años, el proceso de elección de los magistrados fue extraordinario. Particularmente pienso que ha sido la mejor participación que ha tenido Leonel Fernández como presidente de la República. El PRD también se comportó con altura. Y lo más importante fue que la sociedad estuvo atenta y le dio seguimiento al Consejo Nacional de la Magistratura (que se reunía por primera vez desde su creación) para que no se colaran en nuestro más alto tribunal jueces indignos.

Y los positivos resultados están ahí, con los naturales fallos. Creo que el principal avance institucional de nuestro país en las últimas décadas lo encontramos en el Poder Judicial, que de ser llamado “la cenicienta de los poderes del Estado”, hoy puede ser considerado un ejemplo en términos de resultados, transparencia, modernidad, trabajo y visión.

Pero estimo que nuestra Suprema Corte de Justicia cumplió ya su misión. Debemos despedir a estos magistrados con un fuerte aplauso, pues cumplieron su deber frente a la patria. Ahora se requiere una renovación, tomando en cuenta el 75% para los jueces de carrera, que muchos hay con grandes condiciones, y que el 25% restante, aunque haya tenido vida partidista, esté compuesto por abogados honestos, capaces y con vocación de servicio.

Y que la población, como en el año 1997, se mantenga alerta, por si acaso. No podemos retroceder.
Pedro Domínguez es abogado.