Bajo el frescor turgente de los pinos,
allá donde el relieve es cordillera,
la Patria anduvo en pie con su bandera,
decidida a labrarse sus destinos.
Nunca fue más azul la cordillera
que en esos días de cúspide y de gloria;
la Dignidad pactaba con la Historia
y el Porvenir cantaba en la Trinchera.
La Patria estaba entonces secuestrada
y un aire funeral la circuía.
Ceniza era el amor, ceniza fría;
el sueño una paloma mutilada.
La espalda ciudadana soportaba
el látigo verdugo restallante,
más nunca se humilló, pues militante
a los tres mosqueteros desafiaba.
Mientras la corrupción, la estafa, el dolo
jugaban ajedrez en la alta esfera,
escalando la agreste cordillera
basta ya, dijo un hombre: era Manolo.
Allá en el bosque verde-azul y denso,
lejos de la impudicia y la patraña,
nuestro héroe fundó su noble hazaña,
y con ella su nombre se hizo inmenso.
Pero pronto los núcleos opresores
la fuerza de su encono desataron,
y allá en el campo azul estrangularon
sueños de libertades y esplendores.
La soldadesca anduvo tras su busca,
con saña y con furor los hostigaron;
una vez más los bárbaros triunfaron:
la muerte apareció soberbia y brusca.
Más arriba del Ámina escarpado,
que de rumores llena los senderos,
acabaron los buenos guerrilleros
la epopeya de luz que he reseñado.
Patricio García P.
Vidas en plenitud fueron segadas,
en caballo de plomo entró la muerte
a consumar su oficio; carne inerte
fue la ecuación final: vidas truncadas.
Más no murieron no los paladines
que con sangre de sueños abonaron
la tierra que otros tantos pisotearon,
sus nombres llenan ya nuestros confines.
Hijos del pueblo, ardieron en la hoguera,
y allí prestos entraron en la historia.
¡Qué no perezca nunca la memoria
de esta gesta inmortal, de esta trinchera!
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