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sábado, 28 de mayo de 2011

Las madres




Si hay una celebración que debería ser diaria y de vigencia permanente, es aquella que mañana se tributa a las madres. Por su inconmensurable entrega a sus hijos, por un amor inextinguible que no está sujeto a condición alguna, son dignas de admiración y solidaridad.

Su sentido de abnegación y su gran aporte a la familia, a la sociedad y a las naciones sólo pueden ser recompensados en alguna medida por el amor y el reconocimiento de sus hijos.

Otro rasgo digno de reconocimiento es la invariable devoción con que ejercen su misión protectora, al punto de estar siempre dispuestas a renunciar a beneficios materiales o hacer cualquier sacrificio a favor de sus hijos.

Una mujer identificada con los valores esenciales de una buena madre nunca abandona a un hijo, aun en la más calamitosa situación de desgracia. Cuando otros, falsos e insolidarios, se han retirado, ella permanecerá a su lado, en amorosa e irrenunciable muestra de amor y entrañable cariño.

Fuente de inspiración para artistas, filósofos, escritores, cantantes y poetas, nadie es capaz de resistirse al infinito amor que dimana de su corazón, y en su regazo siempre hay espacio para acunar por igual las penas, las alegrías y las esperanzas.

Se hace un símil con la devoción que ellas demuestran para equiparar el sentimiento más noble, incondicional y sincero. Su sola mención representa entrega, totalidad y pureza.

Por todo esto y por la fuente inagotable de sentimientos que ellas motivan, una celebración como la de mañana en su honor no puede pasar inadvertida.

Rindamos un cálido tributo a todas las madres. Pidamos porque, además de regalos y cualquier tipo de manifestación material, sus hijos las colmen de cariño, respeto, veneración y cuidados.

Que Dios derrame sobre ellas un sinfín de bendiciones por desempeñar el valioso papel de sustento moral y orientación en la familia. Tributo perenne también a aquellas que han partido y que desde el infinito claman aun con amor por la protección de sus hijos.