Juan Rafael Pacheco (Johnny)
Luego de varios años de casados sin haber podido tener hijos, una joven pareja compró un cachorro pastor alemán, de la más pura raza, criándolo como si fuera un hijo. El animal se convirtió prontamente en un hermoso ejemplar, que inclusive salvó al matrimonio una noche en que fuera atacado por maleantes. El perro quería y defendía a sus amos contra cualquier peligro.
Un buen día, gracias a Dios, llegó finalmente el hijo tan deseado. La pareja, como era de esperarse, volcó todas sus atenciones en el bebé, disminuyendo las que dispensaban al perro, quien comenzó a sentir celos, dejando de ser el perro cariñoso y fiel que habían tenido durante siete años. Y así se fue incubando la tragedia…
Aquella noche de verano, la pareja dejó al bebé durmiendo en su cuna, y se fue a la terraza del amplio patio a preparar unas carnes asadas. Poco más tarde, cuando se dirigían al cuarto del niño, se quedaron helados cuando vieron al perro en el pasillo con la boca ensangrentada, moviéndoles alegremente la cola.
La escena nubló el juicio del joven papá, quien sacó un arma que siempre portaba y en el acto mató al perro, mientras corría al cuarto de su adorado hijo. Allí encontró una gran serpiente degollada, y en su cuna, el niño placidamente dormido.
“¡He matado a mi perro fiel, he matado a mi perro fiel!” decía desesperado el padre mientras llorando desconsoladamente abrazaba su pareja.
Esta triste historia refleja nuestra conducta humana. ¿Cuántas veces nosotros hemos juzgado injustamente a las personas? Lo que es peor, las juzgamos y condenamos sin investigar la causa de su comportamiento, qué los lleva a actuar de tal o tal forma, cuáles son sus pensamientos, sus sentimientos, sus motivaciones. Y cuántas veces comprobamos, tardíamente como el papá de la historia, que las cosas no son tan malas como parecen, sino todo lo contrario.
Y repetimos alegremente lo que hemos oído. Y contribuimos a echar por tierra la dignidad y la reputación de tantas personas, que inclusive son excluidas de sus propias comunidades, de su Iglesia, mientras permanecen flotando en el ambiente los dardos venenosos de la calumnia levantada.
Si surge alguna próxima vez que te sientas tentado a juzgar y condenar a alguien, recuerda la historia del perro fiel, y quizás así aprenderás a no levantar falsos testimonios contra una persona, hasta el punto de dañar su imagen ante los demás.
“Escucha, oh Dios, la voz de mi gemido, del terror del enemigo guarda mi vida; ocúltame a la pandilla de malvados, a la turba de los agentes de mal.
Los que afilan su lengua como espada, su flecha apuntan, palabra envenenada, para tirar a escondidas contra el íntegro, le tiran de improviso y nada temen.
Se envalentonan en su acción malvada, calculan para tender lazos ocultos,
dicen: '¿Quién lo observará y escrutará nuestros secretos?'
Él los escruta, aquel que escruta lo íntimo del hombre, el corazón profundo.
Una saeta ha tirado Dios, repentinas han sido sus heridas; les ha hecho caer por causa de su lengua, menean la cabeza todos los que los ven.
Todo hombre temerá, anunciará la obra de Dios y su acción comprenderá.
El justo se alegrará en Yahveh, en él tendrá cobijo,
y se gloriarán todos los de recto corazón.” (Salmo 64).
Bendiciones y paz.
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