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lunes, 18 de abril de 2011

La lectura para hoy..


EL SIERVO DE YAVÉ

He aquí a mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido, al que escogí con gusto. He puesto mi Espíritu sobre él, y hará que la justicia llegue a las naciones.
No clama, no grita, no se escuchan proclamaciones en las plazas.
No rompe la caña doblada ni aplasta la mecha que está por apagarse, sino que hace florecer la justicia en la verdad.
No se dejará quebrar ni aplastar, hasta que establezca el derecho en la tierra. Las tierras de ultramar esperan su ley.
Así habla Yavé, que creó los cielos y los estiró, que moldeó la tierra y todo lo que sale de ella, que dio aliento a sus habitantes y espíritu, a los que se mueven en ella.
Yo, Yavé, te he llamado para cumplir mi justicia, te he formado y tomado de la mano, te he destinado para que unas a mi pueblo y seas luz para todas las naciones.
Para abrir los ojos a los ciegos, para sacar a los presos de la cárcel, y del calabozo a los que yacen en la oscuridad.


Salmo
Sal 27, 1; 2; 3; 13-14


El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién he de temer? Amparo de mi vida es el Señor, ¿ante quién temblaré?


Cuando los malvados se lanzan contra mí para comer mi carne, ellos, mis enemigos y contrarios, tropiezan y perecen.


Si me sitia un ejército contrario, mi corazón no teme; si una guerra estalla contra mí, aún tendré confianza.


La bondad del Señor espero ver en la tierra de los vivientes. Confía en el Señor, ¡ánimo, arriba!, espera en el Señor.



Evangelio
Jn 12, 1-11
LA CENA DE BETANIA

Seis días antes de la Pascua fue Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos.
Allí lo invitaron a una cena. Marta servía y Lázaro estaba entre los invitados.
María, pues, tomó una libra de un perfume muy caro, hecho de nardo puro, le ungió los pies a Jesús y luego se los secó con sus cabellos, mientras la casa se llenaba del olor del perfume.
Judas Iscariote, el discípulo que iba a entregar a Jesús, dijo:
"Ese perfume se podría haber vendido en trescientas monedas de plata para ayudar a los pobres."
En realidad no le importaban los pobres, sino que era un ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, se llevaba lo que echaban en ella.
Pero Jesús dijo: "Déjala, pues lo tenía reservado para el día de mi entierro.
A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre."
Muchos judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por ver a Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos.
Entonces los jefes de los sacerdotes pensaron en dar muerte también a Lázaro,
pues por su causa muchos judíos se alejaban de ellos y creían en Jesús.