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domingo, 31 de octubre de 2010
El regalo de un amanecer diferente
Karla Hernández Lockward
Santo Domingo
Esta historia comienza con un zapato sucio y mucha miseria. El niño, obligado a trabajar para paliar un poco su pobreza, dejó de ser solo niño para convertirse en limpiabotas. De aquí en adelante, tendrá que madurar antes de tiempo y sufrir en carne propia los peligros que encierra la calle.
Alfonso, un limpiabotas de 11 años, cuenta cómo empezó a trabajar a destiempo. Él y su madre viven en el barrio Los Guaricanos. Como casi no tenían qué comer, Alfonso decidió que tenía que ganar dinero. Junto con sus amigos, construyó su cajita y comenzó a limpiar zapatos. “Al principio fue difícil porque no los limpiaba muy bien y la gente no me quería pagar”, comenta.
Este pequeño limpiabotas tuvo que dejar la escuela para poder conseguir más dinero. “Casi siempre me gano de 150 a 200 pesos diarios. Con eso compramos algunas cosas”, señala.
Su vida, como la de muchos otros niños trabajadores, no es fácil. La responsabilidad que carga sobre sus hombros, unida a la obligación de ser fuerte para sobrevivir en la calle, ha transformado el carácter de este niño, como el de muchos otros, en sombrío y adusto.
La necesidad convierte lo inadmisible en cotidiano.
El proyecto
Las calles de Santo Domingo, del país completo, son testigos de las desgracias que trae consigo el trabajo infantil. Sin una ayuda externa, es muy difícil salir de este ciclo reproductor de vicios y miseria.
Pensando en esto surge en el 2008 en la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe ubicada en Las Caobas, una fundación llamada Niños Limpiabotas La Merced.
Esta fundación trabaja con los muchachos limpiabotas de la zona de Herrera ofreciéndoles educación, salud, alimentación y recreación.
Actualmente el programa está trabajando con 30 niños cuyo rango de edades se ubica entre los 8 y los 16 años. Una vez escogido el niño, el proyecto lo inscribe en un pequeño colegio en la mañana y en una sala de tarea en la tarde. Los sábados en la mañana ellos asisten a la parroquia para compartir con los demás miembros y disfrutar de una rica merienda.
“Con esto perseguimos que ellos vuelvan a ser niños”, narra entusiasmado fray Tomás García, uno de los responsables del programa. Muchos de estos niños son de familias haitianas que residen en Manoguayabo y otros son miembros de la parroquia, pero todos viven en situación de extrema pobreza.