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viernes, 13 de agosto de 2010

Recordando a Juan Pablo ll


En el transcurso de mi visita pastoral a este querido País, no podía faltar el presente encuentro con vosotros, ilustres miembros del Cuerpo Diplomático acreditado en el Perú. Agradezco sinceramente la amable acogida, así como las deferentes palabras que vuestro Decano, interpretando el sentir de todos, ha tenido a bien dirigirme.

Desde esta antigua y siempre joven "Ciudad de los Reyes" deseo expresaros mi profunda estima por vuestra misión específica y alentaros a continuar en vuestro loable empeño en favor del entendimiento y convivencia pacífica entre los pueblos; para que, superando desconfianzas, rivalidades e intereses contrapuestos, —sea de naciones o de grupos de naciones— vaya estableciéndose un orden internacional que responda cada vez más adecuadamente a las exigencias de la justicia, de la solidaridad entre los pueblos y de los derechos fundamentales de la persona humana. El respeto de esos derechos es precisamente la mejor garantía de una correcta convivencia pacífica entre las naciones.

En el Mensaje que he dirigido con ocasión de la reciente Jornada Mundial de la Paz escribía: "hoy existen pueblos a los que los regímenes totalitarios y sistemas ideológicos impiden ejercer su derecho fundamental de decidir ellos sobre su propio futuro. Hombres y mujeres sufren hoy insoportables insultos a su dignidad humana por la discriminación racial, el exilio forzado o la tortura. Hay quienes son víctimas de hambre y miseria. Otros están privados de la práctica de sus creencias religiosas o del desarrollo de su propia cultura" (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 1985, n. 1).

En ello la Iglesia quiere poner todo su empeño, e invita a cuantos pueden ofrecer su válida aportación, para que se logre ese nuevo orden de vida que establezca sobre bases sólidas, de modo equitativo y duradero, las relaciones entre los hombres y las naciones. Ahí se abren grandes posibilidades a los técnicos en la materia, llamados a ser constructores de paz, de acercamiento, pioneros contra el odio y la guerra, para eliminar siempre la violencia. Para que la paz no sea mera ausencia de guerra, sino presupuesto de una auténtica convivencia.

Señoras y señores: Al reiteraos mi vivo aprecio por vuestro alto cometido, pido a Dios que sigáis dedicando vuestro esfuerzo y competencia a la justa causa de la paz y al entendimiento entre los pueblos mediante el respeto al derecho de cada persona.

¡Muchas gracias!.

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