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domingo, 28 de marzo de 2010
Hoy se inicia la semana mayor.
Al celebrar esta mañana en la Plaza de San Pedro la Misa del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor que abre la Semana Santa, el Papa Benedicto XVI resaltó que seguir a Jesús significa no cerrarse egoístamente considerando la propia autorrealización como la razón principal de la vida sino, por el contrario, donarse libremente aceptando la verdad y el amor como criterios auténticos.
En su homilía, el Pontífice llamó la atención sobre las “alabanzas al Señor a gran voz por todos los prodigios que hemos visto” e hizo notar cómo aún hoy vemos que “Él lleva a hombres y mujeres a renunciar a las comodidades de la propia vida y ponerse totalmente al servicio de quienes sufren, cómo da valor a hombres y mujeres para oponerse a la violencia y a la mentira, para hacer lugar en el mundo a la verdad; cómo Él, en lo secreto, induce a hombres y mujeres a hacer el bien a otros, a suscitar la reconciliación donde había odio y crear la paz donde reinaba la enemistad”.
“La procesión de las Palmas –continuó el Papa- es también una procesión de Cristo Rey: nosotros profesamos la realeza de Jesucristo. Reconocerlo como Rey significa aceptarlo como Aquél que nos muestra el camino, en el cual confiamos y seguimos. Significa aceptar día a día su palabra como criterio válido para nuestra vida. Significa ver en Él la autoridad a la cual nos sometemos. Nos sometemos a Él porque su autoridad es la autoridad de la verdad”.
Sobre la procesión de las Palmas agregó que se trata de “una expresión de alegría, porque podemos conocer a Jesús, porque Él nos concede ser sus amigos y porque nos ha donado la llave de la vida”.
Más adelante reafirmó que tal alegría es “también expresión de nuestro ‘sí’ a Jesús y de nuestra disponibilidad de ir con Él donde sea que nos lleve”.
Asimismo el Santo Padre meditó sobre el significado de seguir a Jesús. “Al inicio –dijo- el sentido era muy simple e inmediato: significaba que estas personas había decidido dejar su profesión, sus negocios, toda su vida para ir con Jesús. Significaba tomar una nueva procesión: la de discípulo”.
Sobre el ser discípulo el Papa dijo que “su contenido fundamental es el ir con el maestro, el confiarse totalmente a su guía. Así, seguirlo era una cosa exterior y al mismo tiempo muy interior”.
“El aspecto interior era la nueva orientación de la existencia, que no tenía más sus puntos de referencia en los negocios, en el trabajo que sustentaba la vida, en la voluntad personal, sino que se abandonaba totalmente a la voluntad de Otro. El estar a su disposición se convertía en la razón de la vida”, dijo.
Más adelante recordó que se trata también “de un cambio interior de la existencia. Exige que yo no esté cerrado en considerar mi autorrealización como la razón principal de mi vida. Exige que yo me done libremente a Otro, por la verdad, por el amor, por Dios que, en Jesucristo, me precede y me indica el camino”.
“Se trata –prosiguió- de la decisión fundamental de no considerar más la utilidad y la ganancia, la carrera y el éxito como los fines últimos de mi vida, sino de reconocer como criterios auténticos la verdad y el amor. Se trata de una opción entre el vivir solo para mí mismo o el donarme por aquello que es más grande”.
El Papa también se dirigió particularmente a los jóvenes que participan en la XXII Jornada Mundial de la Juventud bajo el tema: “Como yo os he amado, amaos los unos a los otros”, diciéndoles: “No se contenten de aquello que todos los demás piensan y dicen y hacen. No dejen que la pregunta sobre Dios se disuelva en nuestras almas. El deseo de aquello que es más grande. El deseo de conocerlo a Él”.
Reflexionando sobre las palabras del salmo “quien tiene manos inocentes y corazón puro”, Benedicto XVI hizo notar que “manos inocentes son manos que no son usadas para actos de violencia. Son manos que no están sucias con la corrupción. Corazón puro es aquel que no finge y no se mancha con la mentira y la hipocresía. Que permanece transparente como agua de manantial pues no conoce doblez. Es puro un corazón que no se aliena con la ebriedad del placer; un corazón cuyo amor es verdadero y no es soltando una pasión del momento”.
Finalmente, el Santo Padre se dirigió a los presentes con unas palabras que Cristo pareciera decirnos desde la Cruz: “Si las pruebas que Dios a través de la creación te da de su existencia no consiguen abrirte a Él; si la palabra de Dios y el mensaje de la Iglesia te dejan indiferente, entonces mírame, al Dios que por ti se ha hecho sufriente, que personalmente sufre contigo, mira que yo sufro por amor a ti y ábrete a mi y a Dios Padre”.
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