Antes, cuando eran los padres los que contaban cuentos a sus hijos, y no, como ahora, los políticos en campaña a sus electores, las historias clásicas tenían, al menos, dos frases obligadas: la del principio -“érase una vez”- y la de cierre: “Y fueron felices y comieron perdices”.
Cosas, naturalmente, de la rima. Perdiz rima con feliz; también codorniz, pero aunque un refrán castellano sostenga que “de las aves la perdiz, y mejor la codorniz”, lo cierto es que el ave de caza preferida de largo por los consumidores españoles es la perdiz, un ave que, en una u otra especie, que hay varias, es fácil de encontrar en casi cualquier lugar del mundo.
En los cuentos, como ven, la ingesta de perdices seguía al hecho de ser felices; pero nada impide que nosotros invirtamos el orden de los factores, con el ánimo, aquí sí, de alterar el producto, y, por si acaso, empezar por lo segundo.
Por comernos unas perdices, a ver si se nos pega algo de la felicidad de los héroes y heroínas de los cuentos de nuestra infancia. Digo “unas perdices” por decir, ya que la dosis habitual viene siendo un ejemplar por persona, y ahora, con las modas culinarias de los últimos años, es frecuente que se sirva media perdiz por cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.