
Dios no rechazó la invitación. Mi madre fue a la cocina a preparar el café. Dios, que era un poco inquieto, se levantó del sillón y fue al patio donde los niños y las niñas jugaban sin parar. Ellos hacían figuras humanas con barro. Dios se les acercó y habló quedamente con ellos. Luego vino el milagro, como aquella vez: Sopló aire por la nariz de los muñecos. En ese momento llegó la vida, y llenos de ingratitud huyeron del lugar.
© Virgilio López Azuán
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