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lunes, 26 de noviembre de 2007

QUE VIVA SANTIAGO

Dios estuvo en casa, llegó con su venta de molenillos, preguntó por mi padre que había muerto, como si él no lo supiera. Mi madre, llorosa por el recuerdo evocado, secó sus lágrimas y lo invitó a tomar un café. Ella no sabía que ese vendedor era Dios.

Dios no rechazó la invitación. Mi madre fue a la cocina a preparar el café. Dios, que era un poco inquieto, se levantó del sillón y fue al patio donde los niños y las niñas jugaban sin parar. Ellos hacían figuras humanas con barro. Dios se les acercó y habló quedamente con ellos. Luego vino el milagro, como aquella vez: Sopló aire por la nariz de los muñecos. En ese momento llegó la vida, y llenos de ingratitud huyeron del lugar.

© Virgilio López Azuán

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